miércoles, 11 de noviembre de 2015

VI. ECOFEMINISMO Y RELIGIOSIDAD POPULAR I.

 VIECOFEMINISMO Y RELIGIOSIDAD POPULAR


Ya hemos visto en capítulos anteriores la complejidad de la sociedad en que vivimos y la diversidad de relatos necesarios para hacer frente a esta situación. Hemos hablado de la ecología del dolor y la termodinámica de la ilusión.
Ahora veremos como botones de muestra lo que supone la revolución feminista para ese equilibrar una parte de sufrimiento  y lo que significa la religiosidad popular como mantenimiento de ilusión en nuestra sociedad.


I.                  ECOFEMINISMO: LA RELACIÓN HOMBRE-MUJER, MEDIDA DE TODAS LAS COSAS
              
A.    La mujer es puro cuento.
 Milagros Palma, mujer nicaragüense, titula así su libro en el que defiende el carácter cultural de la feminidad. Sigue la idea de Simone de Beauvoir en su célebre frase “La mujer no nace, se hace”. Es decir que el género femenino es una construcción social como también lo es el masculino.


            La ideología del amor.

Lipovetski, en su obra La tercera mujer[1], nos dice que, aunque hoy las cosas han cambiado mucho, sin embargo persisten grandes diferencias en la manera de afrontar sus relaciones amorosas el hombre y la mujer:
 mientras el hombre las percibe como una ocupación más,   

             - la mujer las vive como una entrega que colma su existencia.
Esto al menos es lo que aparece en la literatura romántica, Byron [2], incluso de mujeres como Mme Stael,[3] en la copla (Luis Candela) ... [4]
Simone de Beauvoir se preguntaba: Porqué la mujer se implica más en el amor. Y su respuesta: Porque no tiene otra cosa mejor que hacer. A fuerza de rebajar el amor femenino a la categoría de deseo de aniquilación de sí, de total renuncia en provecho del amo, se olvida lo que éste tiene de autovaloración como sujeto irreemplazable.
Y aunque esa entrega pasional que rompe el aislamiento y abre nuevos horizontes tiene su valor no puede separarse de una afirmación del sujeto y su autonomía.
La “ideología del amor” desarrollada por una cierta literatura moderna ha legitimado el confinamiento de la mujer a la esfera privada. La necesidad de amor, la ternura, la sensibilidad, aparecen como atributos femeninos con lo que la representación social de la mujer queda como dependiente del hombre por naturaleza, incapaz de ejercer la plena soberanía de sí, como con miedo de hablar sobre sus cosas. De ahí la asignación a la mujer de su papel de esposa, su inactividad profesional, su necesidad de evasión.


          Diferencias y desigualdades sexuales vistas por las mujeres [5]


Simone de Beauvoir fue quien en su libro clásico El segundo sexo (1949), introdujo la idea feminista moderna de que "no se nace sino que se deviene mujer", insistiendo en que la opresión de la mujer no se debe a factores biológicos, psicológicos o económicos sino que a lo largo de la historia la mujer había sido construida como el "segundo sexo", "la otra" del hombre. El hombre era la medida de todas las cosas pues "la humanidad es masculina y el hombre define a la mujer no en sí misma sino en relación al hombre..
.

Margaret Mead, en su estudio comparativo Sex and Temperament in Three Primitive Societies había introducido ya en 1935 la idea revolucionaria de que, por ser la especie humana enormemente maleable, los papeles y las conductas sexuales varían según los contextos socio-culturales.  Mead escribía en 1949: Cada una de estas tribus (en Nueva Guinea) tiene, como toda sociedad humana, el elemento de la diferencia sexual para usarlo como tema en el argumento de la vida social y cada uno de estos pueblos ha desarrollado esta diferencia diferentemente.

A mediados de los años 70 una serie de antropólogas estadounidenses [6] se propusieron crear una "antropología de las mujeres" para someter a la crítica feminista los modelos androcéntricos convencionales en la disciplina. Su objetivo primordial fue hallar y teorizar los orígenes de la subordinación de las mujeres aunque sus enfoques divergieron.
- Para las antropólogas feministas marxistas, ni la opresión de las mujeres, ni el poder exclusivo ejercido por los hombres eran fenómenos universales sino que dependían de las relaciones de producción históricas. Un orden igualitario primigenio había sido destruido cuando surge la propiedad privada y el colonialismo.[7]  Para ellas el problema está en lo económico.
- La corriente estructural simbólica de EE UU atribuyó el origen de las desigualdades sexuales a pautas, esas sí universales, que organizan la experiencia social, psicológica y cultural humanas que presumiblemente podían cambiar. A pesar de sus mejores intenciones culturalistas, en última instancia atribuían la subordinación de las mujeres al "hecho" biológico de su papel específico en la procreación.  Para ellas el problema está en parte en lo cultural y en parte en lo biológico.
- Las feministas socialistas anglosajonas, en cambio, abordaron la condición de las mujeres en la sociedad occidental desde la crítica política de la dominación masculina y de las ideologías sexuales que la legitiman. Fueron estas feministas anglosajonas quienes introdujeron el concepto de género en su controvertido sentido actual, precisamente para desenmascarar los tan difundidos determinismos bio-sexuales que legitiman la dominación masculina. Para ellas el problema es político y cultural.
En 1969 la norteamericana Kate Millett en su libro Sexual Politics, rechazaba como ejercicio fútil y seguramente irrelevante el buscar los orígenes del patriarcado y proclamaba que las relaciones entre los sexos eran fundamentalmente políticas. Unas veces idolatradas, otras veces tratadas con condescendencia, en la historia y cultura occidentales las mujeres siempre han sido explotadas por los hombres.
Ni la endocrinología ni la genética habían conseguido demostrar jamás que la voluntad de dominio era un rasgo inherente al temperamento masculino ni tampoco el que existieran diferencias intelectuales-emocionales innatas relevantes entre hombres y mujeres.
 La convicción contemporánea de que la agresión es por naturaleza masculina y la pasividad es femenina no son más que racionalizaciones patriarcales de desigualdades sociales. Las diversas facetas de nuestras vidas que se denominan conductas sexuales son casi por completo el resultado de nuestro aprendizaje social.

El punto de coincidencia de todas ellas se centra en que no se pueden naturalizar las desigualdades. Resulta difícil llegar a conclusiones sobre lo que es por naturaleza y lo que proviene de la cultura, tanto más que estos mismos conceptos son definidos desde la cultura. Al fin y al cabo la cultura es el espacio de la libertad desde el que afrontamos las limitaciones que nos impone la naturaleza propia y circundante.



La tercera mujer [8]

La mujer de su casa acaba cuando se da el reconocimiento social del trabajo de la mujer y su acceso a todo tipo de actividad antes masculina. A esto se unen el control de la procreación, los cambios en la institución familiar y en la nueva forma de entender las relaciones de pareja.

- La primera mujer, nos dice Lipovetski,  surge con la división del trabajo y la asignación a la misma de las tareas de casa y un lugar de dependencia. Se exaltan la guerra y la política, tareas masculinas y se mitifican sus héroes. En cambio se asimila a la mujer al mal y al desorden con sus mitos correspondientes y sus poderes maléficos, aunque no dejan de reconocérsele una autoridad en la vida doméstica y en la economía. Así en el mundo griego y romano.
- La segunda comienza a perfilarse en el S. XII, a partir del “amor cortés” que exalta a la mujer y la idealiza. Luego en el XVIII hay toda una literatura que proclama las aportaciones de la mujer en las costumbres, la cortesía y el arte de vivir. Finalmente el amor romántico del XIX pone al bello sexo próximo a la divinidad; del desprecio se pasa a la sacralización. “Tú señalaste al cielo cuando yo me hundía” dice Hölderlin de Diotima. Y Goethe: “El eterno femenino nos arrastra hacia lo alto”, civiliza los comportamientos, es dueña de los sueños masculinos, ejerce su imperio sobre los hombres importantes... Pero este paso de la potencia maldita a la exaltación y sacralización de la mujer, visto por las feministas, es otra forma del dominio del varón.
- La tercera mujer se caracteriza por la autonomía en su definición de roles.  Si la primera se diabolizó y despreció y a la segunda se la adula e idealiza, esto es siempre según la visión del hombre. La nueva situación de estudios, trabajo, sufragio, libertad sexual hacen que las mujeres tengan completa disposición de sí mismas en todas las esferas de la existencia.
Ya no hay una función social prefijada: casarse, parir y criar hijos; sino que se abre ante ella todo un mundo imprevisible que ella ha de diseñar. Elige estudios, profesión, casarse  o no, hijos o no, divorciarse... abiertas todas las posibilidades de los hombres, puede como ellos definir e inventar la propia vida.
Eso no significa que ya hayan desaparecido las desigualdades y tengan las riendas del poder político y económico, es un hecho que persisten tabúes y estereotipos;  pero sí que tienen el poder de autocrearse y de inventarse  a sí mismas,   y en esto sí se da igualdad con el hombre.
Tampoco que vayamos a una sociedad unisex, el sexo sigue marcando preferencias y sensibilidades, pero los roles exclusivos son sustituidos por orientaciones y normas plurales que permiten diversas formas de determinarse. No es la similitud de roles, sino la superación del encorsetamiento social, la indeterminación de los géneros.
Libertad de dirigirse a sí mismo tanto el hombre como la mujer, sin olvidar que se parte de una situación previa concreta que habrá que ir cribando desde la  perspectiva de los géneros. Lo privado y lo público, la competitividad y el espíritu de colaboración siguen siendo rasgos diferenciales que no se trata de eliminar pero sí de subrayar su valor complementario.
Será poco a poco que se tome conciencia de que la norma social es una convención no por naturaleza. La mujer sigue viendo unido sexo y sentimiento, lo vive distinto del hombre, pero sabe que no es por constitución genética sino norma social que viene de siglos. De hecho hoy en la medida que la mujer conquista emancipación el varón da mayor importancia a lo psicológico, a los sentimientos.
Sólo con la superación de las desemejanzas se hace posible una comunidad de pertenencia, un reconocimiento de sí en el otro sentido como propio. Aunque sicológicamente diferentes antropológicamente similares.

Patriarcado y medio ambiente.
 
            ¿Someter la naturaleza?
            Somos seres que gracias a nuestras herramientas y a nuestro sistema de representaciones y nuestro lenguaje hemos ido distanciándonos de la naturaleza y de nuestros congéneres los animales y sus instintos definidos y nos hemos adentrado en un mundo indefinido y lleno de posibilidades.
Nuestras representaciones y nuestro lenguaje dan lugar a la razón y a la conciencia de sí y de nuestros semejantes, de nuestro pasado y nuestro futuro y también de nuestras limitaciones; conciencia de nuestra soledad, aislamiento y desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad. Perdida nuestra integración en la naturaleza aparece la angustia de nuestra soledad sin posible retorno como expresa el mito de Adán. [9]
Hoy más que nunca sabemos que tenemos serios problemas con el mundo antinatural y violento que hemos creado.
Ni el progreso tecnológico ni el crecimiento económico  con su conquista del planeta conllevan automáticamente a una vida más armoniosa del hombre con sus semejantes y con la naturaleza. 
Si bien el desarrollo de los medios de masas y la aparición del fenómeno internet han supuesto un cambio en los modos de acceso al conocimiento,  de una estructura piramidal a una estructura en red, y todo esto nos ha hecho tomar conciencia de nuestros vínculos y responsabilidades globales, no obstante nos encontramos con el nuevo fenómeno de la exclusión más grave si cabe que el de la explotación: pueblos y colectivos invisibles para el sistema.
Esta situación hay quien la justifica con el recurso a la naturaleza como se hizo con la esclavitud, o a la biología que explicaría las discriminaciones raciales y sexuales, o a las leyes del mercado que sirven para todo.
Pero nuestra razón y nuestra sensibilidad siguen alimentando ese ideal de armonía con la naturaleza y con nuestros semejantes que  tiene sus mejores manifestaciones en nuestros sabios, nuestros artistas y en nuestros auténticos hombre de Estado.

Un cambio de mirada.
No será posible construir un mundo habitable con ausencia sistemática de más de la mitad de su población.  Se requiere una nueva visión del mundo alternativa a la actual idea de progreso generador de catástrofes y crisis ambientales. Supone ver el mundo no desde una perspectiva dominante, exclusivamente masculina, sino desde la perspectiva de la armonía con el entorno, asumiendo el lado femenino de la naturaleza. No bajo un punto de vista meramente mecanicista, sino más bien organicista que integre el sentimiento y el cuidado. Concebir la existencia como un estar en conexión y la ética como un tener cuidado de esas conexiones que nos ligan a los demás y al mundo.
La relación hombre – mujer constituye el paradigma de las demás relaciones que se dan en la sociedad. Unas relaciones de dominio del varón han dado lugar a una civilización colonizadora y depredadora de los pueblos y países tanto como de la naturaleza. Incluso el mito patriarcal parece estar presente en esa arrogancia y superioridad, en esa pretendida imparcialidad y pureza que a veces caracteriza a la ciencia moderna.
Según María Mies y Vandana Shiva, [10]  la ciencia patriarcal  lo que desea es someter a su control, al control del espíritu masculino “puro”, el arte de la producción, el poder de la creación, que hasta aquel momento residía en las mujeres y la naturaleza. Para ello despojan a mujeres y naturaleza de subjetividad y dignidad, reduciéndolas a materia sin vida...
Incapaces de mantener relaciones auténticamente humanas y de amar son movidos por la pasión competitiva, el afán de omnipotencia. Entienden el conocimiento como poder y siempre al servicio de la fuerza. Es la destrucción violenta de la simbiosis hombre – mujer y la designación de la mujer como mera naturaleza animal lo que ha posibilitado a la economía capitalista erigirse en amo y señor de la naturaleza y las mujeres.
Por eso la ciencia actual presenta una hipócrita igualdad, es una ciencia y tecnología fundamentalmente militar, destructora de los vínculos vitales entre los sistemas vivos autosostenibles de la tierra.
Se impone un nuevo paradigma que considere: que toda ciencia es relación entre sujetos vivos; que los sentidos y la sensibilidad en general son fuentes de conocimiento tanto como de felicidad; que la tierra y sus recursos son limitados lo mismo que nuestras vidas.

¿Subordinar la producción a la reproducción y ésta a la naturaleza? ¿Cómo restablecer esa armonía con todo lo que nos rodea? ¿Retorno a la selva, a la vida primitiva con animales y plantas? ¿Estados orgiásticos de exaltación por cualquier medio que inhiba la conciencia? ¿O comunicación, colaboración y sincronía  con la otra parte de nosotros mismos que ha posibilitado nuestro propio ser?

C. La relación hombre-mujer, medida de todas las cosas.[11]
A la hora de hacer pronósticos sobre nuestro futuro importa considerar tanto lo que son nuestras relaciones con la naturaleza, trabajo, organización de la producción, el mercado y las  aportaciones de la ciencia y la técnica, como lo que son nuestras relaciones con nuestros semejantes, formas de convivencia política y social siempre marcadas por los condicionamientos culturales y las fuerzas olvidadas de los sentimientos.
El fenómeno que parece estar siempre presente es la tensión entre todo aquello que percibimos extraño y el reducido mundo de cosas con que nos identificamos.  
El gran problema es la búsqueda de identidades que superen los estrechos límites de naciones y civilizaciones hoy obsoletos, búsqueda de convergencias, de espacios habitables para todos, de universales con los que todos podamos sentirnos identificados. Y en última instancia integrar las libres voluntades en proyectos comunes, asumir en amplias perspectivas esa lucha de contrarios que parece animar todos los procesos por los que se va gestando nuestra historia.
Cómo superar ese enfrentamiento que nos hace ver en el otro un contrario, cómo ahondar en aquella parte del otro con la que me puedo identificar y en la que nuestras libertades pueden expandirse al unísono potenciándose en lugar de excluirse.
¿Hay algún modelo de relación humana que garantice ese acercamiento mutuo sin que suponga la negación de una parte? ¿Un modelo en que podemos experimentar esa mutua pertenencia, ese ensanchamiento de nuestra voluntad sin obstáculos en la voluntad del otro?
Si hemos de creer a Hegel es en el Estado donde de forma más clara aparecen las voluntades particulares unificadas en una voluntad colectiva, donde de una forma palpable aparece el dominio de la razón en los pueblos por medio del orden ético y el derecho, donde el individuo aprende a reprimir sus impulsos y a ajustar su conducta al derecho, a la razón, donde aprende a ver el mundo desde un punto de vista colectivo.
Es siempre un proceso doloroso: “Ya en los Estados más rudimentarios se ve que una voluntad se somete a otra” [12] ; también los Proverbios parecen hacer alusión a lo mismo dando por bueno el temor al dueño: initium sapientiae timor domini [13]; Hegel ve aquí la dialéctica del dueño y el esclavo, el modelo de relaciones que hasta ahora ha dominado la historia.
 ¿Estamos condenados a repetir en forma más o menos refinada el modelo de la sociedad esclavista, cuando no el del lobo en la manada? ¿El estar dotados de inteligencia y voluntad acaso no posibilita otras formas de relacionarnos con nuestros semejantes y con el entorno?

 Serán los padres del socialismo y anarquismo los que apuntan de forma incipiente otro tipo de dialéctica, otro modelo de relación, aunque no entren de lleno en su desarrollo. Fueron ellos los primeros que vieron que la base de una sociedad igualitaria y armoniosa estaba en las relaciones de igualdad entre el hombre y la mujer.

 Marx, en su primera época más humanista y menos economicista, formula  la idea de que la relación hombre – mujer es la medida, si no de todas las cosas, si del nivel cultural a que ha llegado una sociedad. Y la razón que da es que En esta relación natural de los géneros, se unen en una sola cosa la relación del hombre con sus semejantes y su relación con la naturaleza, del mismo modo el ser humano se integra en la naturaleza...
Con esta relación se puede juzgar el grado de cultura del ser humano en su totalidad. Del carácter de esta relación se deduce la medida en que el hombre se ha convertido en ser genérico, en ser humano, y se ha comprendido como tal; la relación del hombre con la mujer es la relación más natural de un ser humano con otro. En ella se muestra en qué medida la conducta natural del hombre se ha hecho humana o en qué medida su naturaleza humana se ha hecho para él naturaleza plena. [14]
Y es que en esta relación y todo lo que ella conlleva se compendia esa aspiración fundamental del ser humano que es el reencuentro consigo mismo en el otro y el encuentro con la naturaleza en la procreación de nueva vida.
El camino por el que el ser humano sale de sí mismo para reencontrarse y recrearse y que  constituye su máximo interés, lo que más valora, es, el encuentro del hombre con la mujer, en él experimenta el ensanchamiento de sus horizontes hasta desbordarse en nuevas criaturas, es la más elemental forma de convivencia.
        
Las relaciones de pareja reflejan las de la sociedad y viceversa. Estas relaciones  serán auténticamente humanas y enriquecedoras si están basadas en el mutuo reconocimiento y la mutua entrega y no repiten la asimetría de las relaciones dueño-esclavo.
Lo mismo en una que en otra la comunicación en igualdad es la que hace posible la convivencia y la cooperación.
Cuando la comunicación falla o se da en una sola dirección aparecen las relaciones de poder y sumisión; sólo cuando hay comunicación y búsqueda conjunta de la verdad es posible la libertad, el más cotizado valor. 
Habría que buscar la forma de que lo político, la relación entre los hombres, no sea un sometimiento de estos sino poder público al servicio de la mejor producción; y que lo económico no se limite a satisfacción de necesidades materiales sino que se oriente hacia el desarrollo de las libertades de todos y cada uno.
¿Dónde buscar un modelo de relación que ponga en interacción lo político y lo económico en lugar de separarlo o enfrentarlos?
Fessard ve en el texto citado de Marx la clave a su respuesta: en la relación del hombre y la mujer se da esa doble relación. Marx no desarrolla esto porque parece ver más un indicio que un ideal motor del desarrollo de la sociedad.
A la base de la dialéctica hombre-mujer está el deseo: uno es para el otro la primera necesidad. Mediante la unión con el otro cada uno hace realidad su aspiración a salir de la soledad en que le ha sumido su proceso de individuación y autoafirmación.
Hay una atracción biológica y una elección psíquica que se resuelve en la “lucha amorosa”. No se trata de probar el propio valor a semejanza de la lucha a muerte que se daría en la dialéctica dueño-esclavo, sino que por el contrario se trata de provocar al otro a manifestar el valor que atribuye al compañero dándose a él en la mutua promesa de vida. El objeto de la lucha amorosa es un reconocimiento mediante la mutua elección y donación. Pero acabaría de forma estéril si cada individuo permanece en su particularidad y no logran entrar en el juego de la comunicación y el mutuo reconocimiento.
Y finalmente la relación culmina en un “trabajo”, y la mujer lleva la mayor parte, en el hijo, la proyección tangible de esa relación. En el hijo el hombre y la mujer encuentran fundidos conocimiento y gozo, en él se reconocen mutuamente como un yo que es un nosotros y un nosotros que es un yo. 
Está claro que el compromiso amoroso cuando es compartido:
-     enriquece la vida del sujeto abriéndole nuevos horizontes,
-     permite escapar del laberinto del yo encerrado en su soledad,
-     hace concebir una vida más intensa por autorrebasamiento de uno en el otro,
-     reconcilia: autonomía del sujeto e intersubjetividad pasional.
Esta apertura e intersubjetividad  son las bases de una sana y fecunda convivencia.




[1] Lipovetski,  La tercera mujer. Anagrama, Bna. 1999. Págs. 17 ss.
[2] “El amor, conjugado en masculino, no constituye sino una ocupación entre otras, mientras que colma la existencia femenina.” (Cit. Lipovetski. Ibid.) . Y Nietzsche: la mujer entiende el amor como entrega en cuerpo y alma, como una fe; el hombre como tomar o poseer algo que le enriquece. Esto es injusto e inmoral como la misma Naturaleza. Y observa: “si ambos renunciasen a sí mismos por amor, ¿qué resultaría? ...¡Qué sé yo! Acaso el horror del vacío.” (La Gaya ciencia V, CCCLXIII. Ed. Teorema vol.2, pág. 1122)..
[3] “Las mujeres sólo existen por el amor, la historia de su vida empieza y acaba con el amor”. Cit. Lipovetski, Ibid.
[4]  Debajo de la capa de Luis Candelas,
mi corazón amante vuela que vuela.
Madrid te está buscando para prenderte
y yo te busco sólo para quererte,..
Hoy se da un afecto menos incondicional; en las rupturas el 70% parte de la mujer. Ibid.
 [5] Verena Stolke  La mujer es puro cuento: * la cultura del género, en Revista de estudios feministas. Vol. 12 nº 2 Florianopolis May/Aug. 2004.
[6] Michèle Zimbalist ROSALDO y Louise LAMPHERE 1974; Rayna R. REITER, 1975. Ver también Olivia HARRIS y Kate YOUNG, 1979. Cit. V. Stolke
[7] REITER, 1975. Ver también Elenor LEACOCK, 1978. Cit. V. Stolke
[8] Lipovetski, l.c.
[9]  Ver Erich Fromm, El arte de amar. Cap. II.
[10] Ecofeminismo. Ed. Icaria. Pág. 71 ss.
[11] V. A.Durán, Fessard, Método de interpretación de la historia. Pont. At. Sales de Roma, 1969, ejercitación.
 [12] Hegel, La Rison dans l´Histoire. F. M. Verlag. París 1965. Pág. 138.
 [13]  Prov. 1,7.
[14] KARL MARX, Manuscritos: Economía y filosofía. Alianza Editorial 1974. Pág. 142. “La relación inmediata, natural y necesaria del hombre con el hombre, es la relación del hombre con la mujer.
Se muestra también en esta relación de qué manera la necesidad del hombre se ha hecho necesidad humana, en qué medida el otro ser humano en cuanto ser humano se ha convertido para él en necesidad; en qué medida él, en su más individual existencia , es, al mismo tiempo, ser colectivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario