jueves, 18 de noviembre de 2021

FILOSOFÍA PARA QUÉ

 

¿QUIÉN NECESITA FILOSOFÍA?

 

 

¿A quién le interesa hoy la filosofía? O si se prefiere: La filosofía..., ¿para qué?

 

Vivimos en una sociedad altamente tecnificada, inmersos en la tercera o cuarta revolución informacional, donde el prestigio de los medios de masas es tal que miramos con lástima a todo el pasado anterior a los móviles e internet.

Vivimos en una sociedad de abundancia, bien alimentados y con toda clase de comodidades al alcance de la mano.

Vivimos en una sociedad segura, previsora, donde todo está tasado y medido y puesto a circular según las leyes del mercado; no hay misterios ni sorpresas; eso sí, para los que logran integrarse en las cadenas del mercado.

Es el único problema serio que parece plantear esta sociedad de la seguridad y la abundancia: cómo integrarse en esas cadena. ¡Está tan negro el mercado de trabajo!

¿Pero no basta con unos estudios en las diversas materias que hoy se nos ofrecen?

Y la filosofía ¿qué pinta en todo esto?  ¿Cómo se cotiza?  ¿Qué salidas tiene?

 

¡Difíciles preguntas, forastero!

Hay un cuento persa que nos narra la historia de un aprendiz de sabio que, después de largos años siguiendo a su maestro, un buen día éste le dijo: Ya has aprendido bastante, ya puedes vivir entre la gente y transmitir lo que sabes. Entonces se fue a la ciudad y se instaló en la puerta del mercado con una mesa vacía. Cuando uno se le acercó y le preguntó qué vendía, respondió:  yo vendo sabiduría. Y, ante su asombro, el comprador se fue muerto de risa. Así otro y otro y a todo el que le decía que vendía sabiduría se partía de risa. Hasta el punto de que al cabo del rato todo el mercado reía a carcajadas.

Acharado, se fue a su maestro contándole lo que le había pasado.

Antes de nada, le dijo el maestro, resuelve el problema a esta familia que ha venido a consultar.

Habían hecho una promesa: si tenían un hijo sacrificarían un carnero con catorce palmos de cuerno y, conseguido el favor del cielo, no había manera de encontrar un carnero con semejante cornamenta.

- Que los palmos sean medidos con las manos del niño, dijo el discípulo.

Y entonces la familia le pagó y se fue tan contenta.

-Ves, le dijo el maestro, el saber sólo lo aprecia el que siente su necesidad.

     

- ¿Necesidad de filosofía...?

Cuando se está bien no es necesario pensar. Y cuando no, todavía cabe dejar que otros piensen por ti. Para eso están los medios de comunicación que nos dicen lo que necesitamos, lo que tenemos que hacer en cada momento y, por ahorrarnos molestias, hasta nos ponen la risa al final de los chistes para que sepamos cuándo reír.

También cabe el recurso a la litrona, la coca o cualquier otra cosa que nos exalte, nos haga olvidarnos de nosotros mismos y tocar fondo  o altura.

La idea no es mala, pero el medio un tanto primitivo.

 

Afortunadamente hemos nacido en una cultura sabia y rica, con todo lo mejor de Oriente y Occidente, una cultura que ha explorado caminos en todas direcciones. Desde los efectos desinhibidores del fino, la manzanilla, la música, el baile...  que rompen barreras y diferencias y acercan los corazones, hasta los más altos vuelos de la ensoñación poética, amorosa, del saber o de la mística.

Pero esta cultura no ha nacido de la nada, tiene su historia. Y lo mismo que el niño mimado que no sabe el coste de las cosas derrocha alegremente su herencia, así podemos dilapidar nuestra herencia cultural si desconocemos sus orígenes, el coste que ha supuesto amontonar esa riqueza.

Ese desconocimiento hace que la cultura se acartone, se endurezca, deje de ser algo vivo que sigue creciendo y se transforme en ritos y rutinas que repetimos mecánicamente sin conocer la razón que los anima. Prejuicios, supersticiones, fanatismos... no son más que formas culturales mal digeridas.

Para hacer esa digestión entre otras cosas sirve el conocer nuestra historia, y, en especial, la historia del pensamiento, sin dejar de lado la filosofía.

 

Ortega nos dice que un intento de salir del sentirse perdido y no saber qué hacer con las creencias tradicionales es el recurso a la filosofía. Luego precisará que no es cualquier filosofía sino la más radical que se centra en la vida. El Primum vivere deinde philosophare. (La idea de principio en Leibniz, pg. 322)

 

También hablaba de la barbarie de la especialización y consideraba al especialista como pollo de engorde metido en su jaula sin la menor conciencia del sentido del conjunto. Y señalaba que el exceso de cosas no favorece a la vida, sobre todo cuando esas cosas te las encuentras sin haberlas trabajado tú. Esto da lugar tanto a la vieja aristocracia como al “hombre masa” que comparten gustos como el culto al cuerpo y al deporte, la falta de romanticismo en las relaciones hombre-mujer, el desprecio por el intelectual del que sólo se sirven para diversión, preferir el autoritarismo más que un régimen de discusión. (Rebelión de las masas).

 Algo parecido dice Heidegger cuando afirma que la democracia no puede apropiarse del control de la técnica, que no tiene hoy sentido afirmar que el hombre es centro del universo cuando ese universo que hemos fabricado se nos engulle, que tanto al sujeto como a nuestra realidad hay que aplicarles una cura de adelgazamiento que nos permita verlos desapasionadamente.[1]

 

En esta cura de adelgazamiento de nuestra hipertrofia de subjetividad, o si se prefiere en el cambio de perspectiva de nuestra visión de las cosas es donde la llamada de oriente creo que tiene algo que decir.

Naturalmente ni es oro todo lo que reluce ni hay que idealizar ninguna cultura como si tuviera la última palabra, pero hay filones en el mundo oriental que merecen todo nuestro interés.

 

Es difícil andar con la cabeza alta por la vida, no es fácil vivir con elegancia espiritual, vivir bonito.

 

 

Todo viene de atrás; cuanto más perspectiva tengamos mejor apreciaremos el sentido de todo lo que nos rodea, cuanto más lejos ahondemos en nuestro pasado más fecundo será nuestro quehacer en el mundo futuro.

Y, si miramos hacia atrás, es necesario reconocerlo: de Oriente viene la luz; allí están los orígenes más remotos del pensamiento de la humanidad. Es cosa sabida, ya desde la época de Alándalus, la deuda que tienen nuestras formas de ver y estar en el mundo con el saber antiguo oriental.

 

En la cultura de la India, que recogen los Vedas (-1500) y los desarrollos posteriores de Buda (-563 - 483), podemos rastrear las bases de nuestra metafísica, la llamada filosofía perenne, búsqueda de lo permanente y estable tras el devenir de las cosas.

En cambio podemos ver como la cultura china de tradición taoísta (-1400), luego sistemada por Confucio, Lao Tse ( S. -VI ) y otros, trata de explicar la realidad cambiante por medio de los principios pasivo y activo (yin y yan) que continuamente  se intercambian en el seno de lo absoluto ( tao).

 

Los griegos además de sus viejos templos, su arquitectura y sus esculturas nos dejaron su filosofía.

Los griegos lo tienen claro: Arte y filosofía para no perderse en el laberinto de la vida.

 

Ya Goethe nos alerta:  "El que no sabe llevar su contabilidad por espacio de tres mil años, se queda como un ignorante en la oscuridad, y sólo vive al día" . [2]                       

Y algo parecido quería decir Quevedo con aquello de 

 

Vivo en conversación con los difuntos

y escucho con los ojos a los muertos.

 

Pero no pueden faltar las perspectivas de futuro, orientar nuestra forma de vivir.

El arte de vivir en principio es el arte de liberar nuestra energía que por nuestra ignorancia queda encerrada en el yo individual y esclava de las cosas. La carencia de horizontes en que proyectarnos, el vivir encerrado en sí mismo, es ignorar este arte.

Es un arte que no se enseña directamente. Sólo se puede señalar una dirección, mostrar un camino, enseñar a ver. Luego cada individuo ha de tomar sus decisiones.

Nietzsche significa en su época un tanteo en otra dirección de la cultura y las formas de vivir.

   Desde su primera obra advierte que, semejantes a los sexos que perpetúan la vida en medio de constantes luchas y aproximaciones, existen      dos   fuerzas   en   la naturaleza  que con sus conflictos y  encuentros van generando la peculiar forma de vida de los seres humanos:  "la evolución progresiva del arte es resultado del    espíritu de Apolo    y del    espíritu dionisíaco   ... del    ensueño   y de la   embriaguez  ... "                           

- de las facultades creadoras de formas... la apariencia radiante, la luz, la conciencia de nuestra individualidad... y

   - de la ruptura de esas formas y del mismo principio de individuación por obra del éxtasis o la embriaguez...

"Bajo el encanto de la magia dionisíaca no sólo se renueva la alianza del hombre con el hombre: la naturaleza enajenada, enemiga o sometida, celebra también su reconciliación con su hijo pródigo, el hombre."   [3] 

 

Y volviendo a Ortega en su obra sobre Leibniz insiste en el radicalismo de la filosofía y la compara con la ciencia que considera como un conocer no auténtico sino parcial, aprovechable por los logros parciales; la filosofía en cambio es una ocupación malograda pero un esfuerzo por un conocer auténtico. Es la actividad más profunda y más humana, es hambre de saber a raíces, siempre algo sabroso.

Siempre es algo que vale la pena saborear.

Sevilla 18 de noviembre 2021 Día mundial de la Filosofía.

Antonio Durán



[1] V. Heidegger, M. Carta sobre el humanismo. Y Vattimo, G., Fin de la modernidad. Gedisa. 1986. C. 2.

[2]La cita es de Gaarder, El mundo de Sofía. Ed. Círculo de lectores. 1995.

[3]El espíritu de la tragedia. Ed. Teorema, pgs. 482-487.