sábado, 30 de septiembre de 2017

VAGABUNDEOS 1

   LOS OJOS DE LA INDIA
 

Freud decía que quien tiene proyectos siempre encuentra compañía. Tal vez pensaba en su amiga Lou Salomé atraída por sus últimos trabajos. Y es que el amor nos pone en danza y la danza trae al amor, danzamos para ser amados y el sentir del amor nos hace trenzar las más inverosímiles danzas, no nos da tregua la vida, no nos permite el reposo, danza infatigable el dios Shiva. Bajo sus auspicios realizo el viejo sueño de sumergirme en la India.


1. El país de los rajputes

Delhi de madrugada, interminables calles donde se alternan coches y camiones de todas clases con carros tirados por camellos o vacas atravesadas en medio de la calzada.
Un largo recorrido sin dejar de ver gente en sus chiringuitos a los márgenes de la carretera, una escala en el palacete de Samode. Primer asalto de vendedores de recuerdos, nos rodean por todas partes, nos interceptan el paso. Es nuestro primer encuentro directo con la gente.
No tiene mucho que ver este palacio con adornos de escayola. Nuestro autobús prosigue el camino. Hay una norma elemental de tráfico en la India, no sé si estará escrita pero se cumple a rajatabla: el vehículo más pequeño se aparta siempre para el más grande, las carreteras no suelen estar señalizadas. Bueno, ante las vacas todos se apartan. La zona por la que vamos es el país de los rajputes, gente con “sangre de reyes”. Uno de ellos viene frente a nuestro autobús con su carromato tirado por un camello. Nuestro chofer, un sihg con su turbante, también hombre de casta, le lanza algunas imprecaciones pero el camellero no se inmuta, sigue en medio de la estrecha carretera. Al fin ha de apartarse el autobús si quiere seguir su camino. Sin perder la compostura, con la cabeza alta, camellero y camello siguen su marcha.
Otros largos kilómetros por maltrechas carreteras y la gran ciudad de Jaipur se nos brinda con sus palacios y su ruidosa, colorida y olorida miseria. Es imposible imaginarse este pulular de gente por todas las calles y todos los rincones de la ciudad. Mientras unos van y vienen con sus coches, motos o bicicletas por tiendas y mercados otros, tumbados por las aceras, junto a las ruinas de los viejos palacios o templos, en las plazas y jardines, parecen como instalados en la marginalidad sin quehacer y sin higiene. Por todas partes encontramos gente a la intemperie en la miseria y sonriente, parecen como inmunes a la envidia, la codicia o la agresividad. Te atosigan pidiendo u ofreciéndote sus baratijas pero nunca ves en ellos animosidad.
Me da un poco de rubor la subida al palacio de Amber a lomo de elefante pero pronto veo que no es sólo cosa de turistas extranjeros, también los nativos disfrutan de este real privilegio. El pobre animal, espoleado con unos ganchos de hierro tras sus orejas, sube pesado y taciturno la rampa que lleva al fuerte amurallado. Al llegar arriba un regalito, una golosina para el animal y otra para el que lo guía.
El palacio es espléndido. El agua como ornamentación y refrigeración discurre por sus jardines y salas, bajorrelieves en mármol con flores y elefantes finamente tallados y celosías con filigranas geométricas del mismo material adornan sin recargo sus zócalos y las separaciones de espacios, sus techos relumbran con incrustaciones de cristal entre mocárabes y lacerías que recuerdan nuestros palacios de la Alhambra. No es extraño que aunque éste sea un siglo posterior, data de 1592, ambos hubieran bebido de las mismas fuentes persas que hacen ese trasvase siempre fecundo de lo oriental y lo occidental. El coronamiento de sus techos le da el toque mogol con los clásicos cimborrios que asemejan los yelmos empleados por los guerreros de Tamerlán.
Como en los demás centros turísticos pulula por sus alrededores todo un enjambre de vendedores de recuerdos y baratijas, de mendigos profesionales, de transportadores de rickshaws, de bicicletas, de viejos coches y motos pitando sin cesar para adelantar, para saludar, para regañar o para lo que sea; el resultado es una fragorosa sinfonía de lo más estimulante.
Hay dos puntos obligados en toda ciudad de la India: la zona de los mercados y los templos.
Delhi, Jama Masjid de Shahjahan (S. XVII)
El comercio es todo un arte. Cualquier tienda que se precie para empezar te invita a té o a bebidas refrescantes. Luego entras al regate. No se molestan si les ofreces la mitad de lo que te piden. Luego se va afinando hasta llegar al acuerdo. En una cooperativa de alfombras nos muestran con orgullo y siguiendo todo un rito su rico repertorio.  Vemos también todo el proceso de elaboración, desde los que hilan con antiguas ruecas hasta los tejedores agachados en sus telares urdiendo sus prodigiosas creaciones. Nos explican que cada familia tiene su modelo que aprenden de niños y fabrican desde tiempo inmemorial. Eso es conservar las tradiciones.
Al atardecer asistimos a una ceremonia en el templo de Krisna. Está en una elevación y él a su vez tiene forma de montaña tallada con primor en mármol blanco. Subimos descalzos como mandan los cánones y a pesar de la lluvia. Fluye la cordialidad cuando nos sentamos con la gente en el suelo del templo. El muchacho que está a mi lado con su novia me pregunta de dónde soy y a renglón seguido me da su tarjeta invitándome a su tienda de artesanía. Un repique melodioso de campanas, todos de pie, y empieza a descorrerse la cortina del retablo. Entre olores de incienso, movimientos de luces, caracolas y otros símbolos en manos del celebrante, aparecen Krisna y su esposa Radha abanicados por dos acólitos. Son sólo unos minutos de auténtica apoteosis. Las estatuas policromadas, de tamaño natural, se muestran serenas y sonrientes de pie sobre los lomos de un tigre. Terminan los repiques, los movimientos de luces y abanicos y los fieles se aglomeran hacia el altar; algunos dan limosnas y todos reciben un puñadito de algo así como bolitas de anís que besan y se lo llevan a la frente y luego a la boca. Una marchosa música de fondo contribuye al clima de simpatía y buen ambiente que rodea al hermoso recinto. Hay cálidas miradas de cercanía, no hay mendigos ni vendedores pero no falta a la salida el negocio religioso. En uno de los frontones del templo el guía nos hace observar unos relieves de mármol. Nos sorprenden las imágenes de Cristo, S. Juan Bautista, S. Antonio y todo lo más significativo del santoral cristiano. Todos ellos son otros tantos avatares de Vishnú, nos explica. Una religión globalizadora donde las haya.
Templo Sigh
Andar entre la gente es la única manera d e sentir el aliento profundo de este entrañable país. Tras la cena llena de especies en un restaurante local el autobús nos espera para volver al hotel. Algunos preferimos volver andando. Son las diez de la noche y aún sigue bastante movido el tráfico. Hay montones de gente durmiendo en las aceras, en los jardines o en las glorietas de las encrucijadas. Pero también los hay que esperan en las entradas de los cines. Las vacas comen entre la basura, los conductores de rickshaw nos ofrecen insistentes sus servicios, niños pedigüeños nos siguen a todas partes. Una madre con su niño renegrido desnudo entre los brazos nos intercepta el paso, nos agarra, nos lo muestra, nos lo roza por delante como talismán que atrae misericordia.  Te bloqueas, te paralizas. También se encuentran grupos de jóvenes bien vestidos que palmean y cantan mientras caminan por la calle. Nos resulta un tanto extraño ver parejas de varones jóvenes o adultos que caminan cogidos de la mano.
De vuelta en el hotel nos encontramos a nuestros compañeros en la fiesta de una boda. El novio vivía en España y  estaba encantado de que hubiera españoles allí.
Ya en las habitaciones brindamos con Jerez por la cercanía de las culturas y de las personas. Yo creo que toda esta gente, si bien son más pobres y miserables que los europeos, tienen mucho que enseñarnos en asunto de relaciones humanas.

2. Agra.

Agra es una ciudad medieval que se columpia colgada de su palacio fortaleza, el Fuerte Rojo, y de su Taj Mahal. El mundo misterioso de sus mercados, sus mezquitas y templos en los que no faltan fieles, bien rezando a Alá, bien a Shiva o a Krisna, contrasta con la zona de hoteles y áreas de servicios para occidentales. Los conductores de rickshaws son la mediación entre estos dos mundos, son los expertos que te pueden conducir al centro de la verdadera vida del país. Los ojos de los niños, aún de los mendigos, tienen un soplo espiritual que les da aire de pequeños dioses. De las mujeres no puedo hablar mucho, pero envueltas en sus saris son de un porte señorial y el alma afluye toda a sus miradas.

3. Khajuraho


En Khajuraho el protagonista es el guía, un hindú con coleta, con aires de maharajá, oliendo a especies, sándalo y patchuli. Tras un leve saludo nos muestra con desgana al caer de la tarde el erotismo místico de sus templos. Concentrados en un amplio recinto, estos monumentos son joyas talladas en piedra como obras de orfebrería donde no queda ni un resquicio sin figura o filigrana. En los siglos X y XI, cuando nuestros abuelos construían iglesias románicas, aquí la dinastía Candella construía estos símbolos de la montaña de los mundos en que Shiva se retira a meditar y hace caer sobre su cabeza el río Ganges con todas sus bendiciones. Sólo uno de los templos parece estar en activo a juzgar por las visitas de fieles con ofrendas de flores y el santón en su interior en actitud de meditar.
Tras el paso obligado por las tiendas de artesanía y antigüedades concertadas con el guía, asistimos a un curioso espectáculo de folklore hindú. Es algo así como nuestros tablaos de flamenco para turistas pero es la forma que tenemos más a mano para entrar en contacto con este aspecto siempre importante de su rica tradición. La danzarina se contonea rítmicamente al tiempo que con graciosos gestos de sus manos, acompañados de movimientos expresivos de su cabeza y sus miradas, sugiere un mundo aéreo, encantado, por el que dulcemente te lleva sin que puedas ofrecer la menor resistencia, tal es la convicción que le pone. Luego ellos entran a escena y hacen sus acrobacias y juegos de palos en supuestas danzas guerreras. La música es salmódica y un tanto monocorde, muy agudas las voces de las mujeres. La orquesta ocupa un ángulo del escenario y está compuesta por un instrumento de cuerda bastante elemental, a modo de violín, un instrumento de fuelle que el músico acciona rítmicamente doblando la palma de su mano izquierda mientras teclea con la derecha las pocas notas que le bastan para su música. Están además los percusionistas con pequeños timbales y diversos instrumentos parecidos a maracas. No puedo juzgar su profesionalidad pero consiguen su efecto. Es un folklore mucho más pausado que el nuestro, nuestras jotas en particular, pero con gestos más expresivos y variados, menos ritualizados. Parece como si intentaran despegarnos de todo lo terreno logrando con sus gestos, movimientos y sonidos introducirnos en el rico mundo de sus mitos y tradiciones.
Hay sin duda un alma de los pueblos que le sale a la gente por los ojos y se muestra en su música, su danza y su arte. Y estos hindúes transparentan largos siglos de naturaleza asumida en armonía, lejos de nuestra naturaleza dominada occidental.

4. Benarés.

Benarés o Varanasi es la ciudad sagrada por excelencia. Las cercanas ruinas de Sarnath con los restos del primitivo monasterio budista, el nuevo templo sobre el lugar en que Buda predicó el sermón de las cuatro nobles verdades, el gran árbol descendiente de aquel otro de la ciudad de Gaya bajo cuyas ramas recibió el maestro la iluminación, y finalmente la gran estupa conmemorativa de todo ello constituyen todo un marco mágico que te pone en trance de peregrino. Teresa, la más identificada con todo esto del grupo, da su limosna en el templo y un joven y simpático monje que está sentado junto al altar con otro compañero se levanta y le ata unos hilos amarillos a la muñeca. Otros compañeros del grupo y yo la im itamos y nos hace la misma operación, luego nos marca de rojo en la frente el ojo de la sabiduría. Todo sin más solemnidad y entre sonrisas preguntándonos de dónde somos y despidiéndonos con el talante más simpático del mundo. Salvo el acoso agobiante de los vendedores de baratijas, aquel entorno era un tanto idílico, incluso amenizado por la música de una fiesta en el centro budista cercano.
Benarés, templo de Buda
El contraste lo ofrecen las orillas del Gange en la zona de las abluciones y los crematorios. A través de calles llenas de gente y de basura, tras adentrarnos  entre la multitud, llegamos al anochecer a los ghats o escalinatas del río en el momento en que tiene lugar la ceremonia del fuego en honor de Shiva. Cuatro sacerdotes subidos en unas tarimas junto al agua mueven lámparas encendidas con una mano y sucesivamente los símbolos del dios con la otra: el tambor, el hacha, la caracola... mientras una serie de campanas echadas al vuelo repiquetean produciendo junto al tantan de los timbales un ambiente maravilloso. La gente se lava en el río o junta las manos y se concentra piadosamente.
Me siento en parte perturbador de aquel clima cuando pasamos entre la gente para subir a una barca que nos aleja río adentro hacia la zona de los crematorios. No me despierta apenas interés aquel fétido ambiente de sucias callejas y leña apilada que nos lleva hasta el crematorio en que se consumen tres piras y en una cuarta el muerto tapado con un paño blanco espera su turno. En otra ya medio apagada un perro hurga los restos aprovechables sin que se inmuten el grupo de desarrapados que atizan el fuego y nos invitan a ver y alargan la mano pidiendo propina. Nuestro guía, un hindú ferviente, nos hace observar que sólo a los parias les está permitida esta función y que estos, ya se sabe, tratan todo sin el menor respeto. Me asomo un poco subiendo la escalinata que accede al cuadrado con barandas donde se encuentran las piras y enseguida me retiro. En la noche apenas iluminada por el fuego no puedo distinguir los miembros humanos de los leños que arden. Sólo me quedo con la imagen del perro rebañando en la pira ya extinguida. Hay en los alrededores entre la leña apilada grupos sentados por los suelos, algunos con la cabeza rapada, honor que corresponde al familiar más cercano del muerto. Se oye música en una casa cercana. Es una fiesta, nos aclara el guía, no tiene nada que ver con la ceremonia inmediata.
Volvemos a los rickshaws entre callejas llenas de leprosos que nos muestran sus muñones o sus taras y nos piden limosna, niños y niñas que piden o intentan venderte postales o figuritas de sus dioses, mujeres con niños pidiendo chapati... En rincones malolientes toscos altares con imágenes deformes del dios elefante Ganesha, de la diosa de la destrucción y el nacimiento Durga y el linga símbolo de Siva. Hay un templo especial a este dios a la altura de los crematorios donde un santón medita y la gente hace ofrendas y se pinta de rojo la frente. Tres niños sentados en la alfombra de la entrada de una casa recitan frente a un anciano lecturas del Ramayama. Intento tomar una foto y me rechazan con un no enojados. Antes de llegar a nuestros carros-bicicletas nos cae un chaparrón imponente que hace subir por nuestras ropas el nivel de suciedad que ya arrastrábamos a lo largo de las calles. Nos refugiamos a esperar que escampe siempre acompañados de unos simpáticos chavales que  nos van siguiendo con sus postales y sus bisuterías. Tienen caras despiertas e inteligentes y la sonrisa no cae nunca de sus labios. Finalmente llegan hasta nosotros los conductores de los rickshaws y nos sacan entre los charcos y la marabunda de gente hasta el lugar donde había quedado nuestro autobús. Llegamos al hotel empapados no sólo de agua y basura sino de aquel chaparrón de impresiones superpuestas que se habían quedado adheridas a las partes sensibles de nuestra alma.

5. Los ojos de la India.
Ilustración. Templo de Buda

Me he asomado a tus ojos
como náufrago en sombras
absorto ante la luz de tu mirada.
Y han subido mis sueños
por la risa agridulce
que acaricia tu cara
Se han soltado mis pies
bajo el son de tu  música
y han danzado tu danza.
Mas no llego al misterio
que ocultas bajo el velo
de tu calma.
Te he arrojado como piedra mi palabra
y sentado espero el eco
al borde de tu alma.

Esta gente tiene en los ojos una intensidad peculiar. Es como si miraran desde una mayor profundidad que el común de la gente, como si llevaran en el fondo de su estructura cromosómica todas las marcas de su antiquísima cultura con sus complejísimos juegos de representaciones, con sus acumuladas tradiciones, con sus mitos, sus ritos, sus leyendas; como si su carne estuviera perfectamente moldeada por la magia de los sueños, por el misterio de las representaciones, como si se movieran en ese plano lejano que crean las simbolizaciones del lenguaje. Me apasiona ese ir y venir de lo mental a lo físico, por decirlo de alguna manera, y de lo físico que vuelve   a apuntar a ese más allá de la naturaleza aérea o si se quiere espiritual. ¿Por qué hay cuerpos que hablan, que dicen con su sola presencia, que apuntan hacia el mundo mágico de los sueños? La bailarina que danza en Kajuraho es buen ejemplo de esa creación mágica por medio del canto y los gestos de un mundo que nos embelesa y juega con nuestros imprecisos deseos llevándolos de acá para allá por el complejo ámbito de lo que sentimos bello. Hay sensualidad en los movimientos del torso y las caderas y hay unos gestos de brazos, sonrisas y miradas que te van llevando sin sentir al estado armonioso de una conjunción lograda.
Es cierto que a veces también se vuelven opacas las representaciones, este ritmo de la indicación a lo indicado se corta, las palabras también son trampas – dice Octavio Paz. Cuánta gente atrapada en las simbolizaciones. Las representaciones forman costra y dejan de apuntar a sus objetivos, son los fanatismos, dogmatismos y todo tipo de prejuicio que no admite contraprueba, es el embrutecimiento que nos vuelve insensibles a todo lo que está más allá de nuestra piel, es el bloqueo de esas corrientes que nos atraviesan y hacen posible  ese acorde de que hablan los poetas entre el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses.
¿No aprenderemos nunca a dejar que la energía corra libremente a través de nuestras chacras sin pretender retener ni el tiempo ni las cosas, no seremos capaces de superar la pereza de los prejuicios y acoger las tradiciones propias y ajenas contrastando con nuestras mejores aspiraciones sus propuestas?

Es el fluir del pensar a la acción, de la acción al pensar
quien deja las marcas que embellecen la carne,
quien moldea los cuerpos  que transmiten mensajes,
quien llena los ojos que te miran radiantes
con su carga de historia, su impregnado saber.

Ironías del destino
somos sólo camino.

                                                  Sevilla Verano del 2001