jueves, 19 de enero de 2012

EL MATRAZ DE OPARIN





      2. EL MATRAZ DE OPARIN

En un lugar de una galaxia de cuyo nombre nadie se acuerda alguien se preguntó:
- Que cómo pudo por azar aparecer la vida.
- Pues muy sencillo - le dijo Oparin.
Él no sabía muy bien a quién se lo había oído contar, pero pudo suceder más o menos así. Son de esas cosas que sólo pasan una vez en la vida de la vida.

Por más ensayos aquello no daba resultado.
Mira que había de todo lo fundamental, pero nada. Su oxígeno, su carbono, hidrógeno, H2  O en abundancia, combinados variados de carbonos con oxígenos en diversas proporciones, combinaciones de estas combinaciones con calcios, magnesios, fósforos... en fin, lo que se dice una sopa con todos sus avíos, sal incluida.
Todo ello sometido convenientemente a la acción estimulante de las microondas, pero no había manera.
Había que ver aquel caldo electrocutado con sus moléculas descoyuntadas cual patético campo de escombros iónicos, aquellas piezas ansiosas, calientes, buscando suturas sin importarles apenas con quién. Aquello era un baile de locos aniones buscando cationes, corriendo de acá para allá, formando parejas o tríos y a veces escaleras, cinquillos... Pero nada de especial, sólo amores pasajeros, frágiles constructos que enseguida se desmoronaban y otra vez a empezar. 
Aquella tarea de Sísifo comenzaba a hacerse aburrida.
Antes de retirarse a cenar el desesperado experimentador arrojó el líquido del experimento a una cubeta abandonada en un rincón del laboratorio y, sin dejar sus elucubraciones, salió ensimismado dándole vueltas al mejunje y sus componentes sin dar con la clave de su fracaso. En su despiste cerró la puerta mecánicamente sin advertir que el perro que le acompañaba se había quedado dentro.
Como no era la primera vez, el cánido dio tranquilamente una vuelta exploratoria por el recinto llegando hasta el extraño líquido de la cubeta. Lo procesó con su olfato, detectó su carácter incomestible y, antes de abandonarlo, levantó su pata y lo marcó con sus deyecciones de fuerte componente amoniacal.
Sabedor de que los olvidos de su jefe eran irreversibles, no anduvo ladrando siquiera sino que, acomodado en el cojín de la silla, al rato estaba viajando por Jauja, su país preferido.
Amaneció, abrióse la puerta como siempre y el sabio, después de sacudir al chucho, se acomodó en la silla rebuscando en sus papeles.
No había empezado apenas su tarea cuando le llegó a la nariz un olorcillo agrio y picante. Su instinto felino lo llevó inmediatamente a la cubeta comprobando que aquello estaba en franco proceso de descomposición.
Tras realizar todos los tipos de palpación que recomienda Hipócrates y las pruebas de contraste que aconseja la sana experiencia, tuvo que rendirse ante la evidencia:  había hecho acto de presencia una realidad extraña y consistente que parecía quererse comer al resto de la realidad, había aparecido la primera macromolécula autoreplicante, la primera cadena ribonucleica que crecía y se multiplicaba de forma compulsiva, había aparecido ...
- ¡Eureca! - gritó como un energúmeno mientras el perro despavorido se escondía bajo la mesa - ¡Eureca! ¡El nitrógeno, faltaba el nitrógeno! ¡El componente amoniacal!
El perro levantó una oreja y dobló ligeramente la cabeza prestando toda la atención a lo que la ciencia anotaba en la crónica del mundo.
Tras dudar por un largo espacio de tiempo si determinar el tiempo dejando a un lado el espacio o determinar el espacio dejando de lado al tiempo - sabido es que Heisemberg prohibe hacer ambas cosas a la vez - tras la duda, digo, la ciencia salió de la incertidumbre decantándose, como siempre, por lo más materialista y así empezó diciendo:
En un lugar de una galaxia de cuyo nombre nadie se acuerda alguien se preguntó...


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