VI. ECOFEMINISMO
Y RELIGIOSIDAD POPULAR
Ya
hemos visto en capítulos anteriores la complejidad de la sociedad en que
vivimos y la diversidad de relatos necesarios para hacer frente a esta situación.
Hemos hablado de la ecología del dolor y la termodinámica de la ilusión.
Ahora
veremos como botones de muestra lo que supone la revolución feminista para ese
equilibrar una parte de sufrimiento y lo que significa la religiosidad popular
como mantenimiento de ilusión en nuestra sociedad.
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I.
ECOFEMINISMO: LA RELACIÓN HOMBRE-MUJER, MEDIDA DE TODAS LAS
COSAS
A. La mujer es puro cuento.
Milagros Palma, mujer nicaragüense, titula así
su libro en el que defiende el carácter cultural de la feminidad. Sigue la idea
de Simone de Beauvoir en su célebre frase “La mujer no nace, se hace”. Es decir
que el género femenino es una construcción social como también lo es el
masculino.
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Lipovetski, en su obra La tercera mujer[1],
nos dice que, aunque hoy las cosas han cambiado mucho, sin embargo persisten
grandes diferencias en la manera de afrontar sus relaciones amorosas el hombre
y la mujer:
- mientras el
hombre las percibe como una ocupación más,
- la mujer las vive
como una entrega que colma su existencia.
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Esto al menos es lo que aparece en la
literatura romántica, Byron [2],
incluso de mujeres como Mme Stael,[3] en
la copla (Luis Candela) ... [4]
Simone de Beauvoir se preguntaba: Porqué la
mujer se implica más en el amor. Y su respuesta: Porque no tiene otra cosa
mejor que hacer. A fuerza de rebajar el amor femenino a la categoría de deseo
de aniquilación de sí, de total renuncia en provecho del amo, se olvida lo que
éste tiene de autovaloración como sujeto irreemplazable.
Y aunque esa entrega pasional que rompe el
aislamiento y abre nuevos horizontes tiene su valor no puede separarse de una
afirmación del sujeto y su autonomía.
La “ideología del amor” desarrollada por una
cierta literatura moderna ha legitimado el confinamiento de la mujer a la
esfera privada. La necesidad de amor, la ternura, la sensibilidad, aparecen
como atributos femeninos con lo que la representación social de la mujer queda
como dependiente del hombre por naturaleza, incapaz de ejercer la plena
soberanía de sí, como con miedo de hablar sobre sus cosas. De ahí la asignación a la mujer de su papel de
esposa, su inactividad profesional, su necesidad de evasión.
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Simone de Beauvoir fue quien en su
libro clásico El segundo sexo (1949), introdujo la idea feminista
moderna de que "no se nace sino que se deviene mujer", insistiendo en
que la opresión de la mujer no se debe a factores biológicos, psicológicos o
económicos sino que a lo largo de la historia la mujer había sido construida
como el "segundo sexo", "la otra" del hombre. El hombre
era la medida de todas las cosas pues "la humanidad es masculina y el
hombre define a la mujer no en sí misma sino en relación al hombre..
.
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Margaret Mead, en su estudio
comparativo Sex and Temperament in Three Primitive Societies había
introducido ya en 1935 la idea revolucionaria de que, por ser la especie
humana enormemente maleable, los papeles y las conductas sexuales varían según
los contextos socio-culturales. Mead
escribía en 1949: Cada una de estas tribus (en Nueva Guinea) tiene, como
toda sociedad humana, el elemento de la diferencia sexual para usarlo como tema
en el argumento de la vida social y cada uno de estos pueblos ha desarrollado
esta diferencia diferentemente.
A mediados de los años 70 una serie de antropólogas
estadounidenses [6] se
propusieron crear una "antropología de las mujeres" para someter a la
crítica feminista los modelos androcéntricos convencionales en la disciplina.
Su objetivo primordial fue hallar y teorizar los orígenes de la subordinación
de las mujeres aunque sus enfoques divergieron.
- Para las antropólogas feministas
marxistas, ni la opresión de las mujeres, ni el poder exclusivo ejercido
por los hombres eran fenómenos universales sino que dependían de las relaciones
de producción históricas. Un orden igualitario primigenio había sido
destruido cuando surge la propiedad privada y el colonialismo.[7] Para ellas el problema está en lo económico.
- La corriente estructural simbólica de
EE UU atribuyó el origen de las desigualdades sexuales a pautas, esas sí
universales, que organizan la experiencia social, psicológica y cultural
humanas que presumiblemente podían cambiar. A pesar de sus mejores
intenciones culturalistas, en última instancia atribuían la subordinación de
las mujeres al "hecho" biológico de su papel específico en la
procreación. Para ellas el problema está
en parte en lo cultural y en parte en lo biológico.
- Las feministas socialistas anglosajonas,
en cambio, abordaron la condición de las mujeres en la sociedad occidental desde
la crítica política de la dominación masculina y de las ideologías
sexuales que la legitiman. Fueron estas feministas anglosajonas quienes
introdujeron el concepto de género en su controvertido sentido actual,
precisamente para desenmascarar los tan difundidos determinismos bio-sexuales
que legitiman la dominación masculina. Para ellas el problema es político y
cultural.
En 1969 la norteamericana Kate Millett
en su libro Sexual Politics, rechazaba como ejercicio fútil y
seguramente irrelevante el buscar los orígenes del patriarcado y proclamaba que
las relaciones entre los sexos eran fundamentalmente políticas. Unas
veces idolatradas, otras veces tratadas con condescendencia, en la historia y
cultura occidentales las mujeres siempre han sido explotadas por los hombres.
Ni la
endocrinología ni la genética habían conseguido demostrar jamás que la voluntad
de dominio era un rasgo inherente al temperamento masculino ni tampoco el que
existieran diferencias intelectuales-emocionales innatas relevantes entre
hombres y mujeres.
La
convicción contemporánea de que la agresión es por naturaleza masculina y la
pasividad es femenina no son más que racionalizaciones patriarcales de
desigualdades sociales. Las diversas facetas de nuestras vidas que se denominan
conductas sexuales son casi por completo el resultado de nuestro aprendizaje
social.
El punto de coincidencia de todas ellas se
centra en que no se pueden naturalizar las desigualdades. Resulta difícil
llegar a conclusiones sobre lo que es por naturaleza y lo que proviene de la
cultura, tanto más que estos mismos conceptos son definidos desde la cultura.
Al fin y al cabo la cultura es el espacio de la libertad desde el que
afrontamos las limitaciones que nos impone la naturaleza propia y circundante.
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La mujer de su
casa acaba cuando se da el reconocimiento social del trabajo de la mujer y su
acceso a todo tipo de actividad antes masculina. A esto se unen el control de
la procreación, los cambios en la institución familiar y en la nueva forma de
entender las relaciones de pareja.
- La primera mujer, nos dice Lipovetski, surge con la división del trabajo y la
asignación a la misma de las tareas de casa y un lugar de dependencia. Se
exaltan la guerra y la política, tareas masculinas y se mitifican sus héroes.
En cambio se asimila a la mujer al mal y al desorden con sus mitos
correspondientes y sus poderes maléficos, aunque no dejan de reconocérsele una
autoridad en la vida doméstica y en la economía. Así en el mundo griego y
romano.
- La segunda comienza a perfilarse en el S.
XII, a partir del “amor cortés” que exalta a la mujer y la idealiza. Luego en
el XVIII hay toda una literatura que proclama las aportaciones de la mujer en
las costumbres, la cortesía y el arte de vivir. Finalmente el amor romántico del
XIX pone al bello sexo próximo a la divinidad; del desprecio se pasa a la
sacralización. “Tú señalaste al cielo cuando yo me hundía” dice Hölderlin de
Diotima. Y Goethe: “El eterno femenino nos arrastra hacia lo alto”, civiliza
los comportamientos, es dueña de los sueños masculinos, ejerce su imperio sobre
los hombres importantes... Pero este paso de la potencia maldita a la
exaltación y sacralización de la mujer, visto por las feministas, es otra forma
del dominio del varón.
- La tercera mujer se caracteriza por la
autonomía en su definición de roles. Si
la primera se diabolizó y despreció y a la segunda se la adula e idealiza, esto
es siempre según la visión del hombre. La nueva situación de estudios, trabajo,
sufragio, libertad sexual hacen que las mujeres tengan completa disposición de
sí mismas en todas las esferas de la existencia.
Ya no hay una función social prefijada:
casarse, parir y criar hijos; sino que se abre ante ella todo un mundo
imprevisible que ella ha de diseñar. Elige estudios, profesión, casarse o no, hijos o no, divorciarse... abiertas
todas las posibilidades de los hombres, puede como ellos definir e inventar la
propia vida.
Eso no significa que ya hayan desaparecido las
desigualdades y tengan las riendas del poder político y económico, es un hecho
que persisten tabúes y estereotipos;
pero sí que tienen el poder de autocrearse y de inventarse a sí mismas,
y en esto sí se da igualdad con el hombre.
Tampoco que vayamos a una sociedad unisex, el
sexo sigue marcando preferencias y sensibilidades, pero los roles exclusivos
son sustituidos por orientaciones y normas plurales que permiten diversas
formas de determinarse. No es la similitud de roles, sino la superación del
encorsetamiento social, la indeterminación de los géneros.
Libertad de dirigirse a sí mismo tanto el
hombre como la mujer, sin olvidar que se parte de una situación previa concreta
que habrá que ir cribando desde la
perspectiva de los géneros. Lo privado y lo público, la competitividad y
el espíritu de colaboración siguen siendo rasgos diferenciales que no se trata
de eliminar pero sí de subrayar su valor complementario.
Será poco a poco que se tome conciencia de que
la norma social es una convención no por naturaleza. La mujer sigue viendo
unido sexo y sentimiento, lo vive distinto del hombre, pero sabe que no es por
constitución genética sino norma social que viene de siglos. De hecho hoy en la
medida que la mujer conquista emancipación el varón da mayor importancia a lo
psicológico, a los sentimientos.
Sólo con la superación de las desemejanzas se
hace posible una comunidad de pertenencia, un reconocimiento de sí en el otro
sentido como propio. Aunque sicológicamente diferentes antropológicamente
similares.
Patriarcado y medio
ambiente.
¿Someter la naturaleza?
Somos seres que gracias a nuestras
herramientas y a nuestro sistema de representaciones y nuestro lenguaje
hemos ido distanciándonos de la naturaleza y de nuestros congéneres los
animales y sus instintos definidos y nos hemos adentrado en un mundo indefinido
y lleno de posibilidades.
Nuestras representaciones y nuestro lenguaje
dan lugar a la razón y a la conciencia de sí y de nuestros semejantes, de
nuestro pasado y nuestro futuro y también de nuestras limitaciones; conciencia
de nuestra soledad, aislamiento y desvalidez frente a las fuerzas de la
naturaleza y de la sociedad. Perdida nuestra integración en la naturaleza
aparece la angustia de nuestra soledad sin posible retorno como expresa el mito
de Adán. [9]
Hoy más que nunca sabemos que tenemos serios
problemas con el mundo antinatural y violento que hemos creado.
Ni el progreso tecnológico ni el crecimiento
económico con su conquista del planeta
conllevan automáticamente a una vida más armoniosa del hombre con sus
semejantes y con la naturaleza.
Si bien el desarrollo de los medios de masas y
la aparición del fenómeno internet han supuesto un cambio en los modos de
acceso al conocimiento, de una
estructura piramidal a una estructura en red, y todo esto nos ha hecho tomar
conciencia de nuestros vínculos y responsabilidades globales, no obstante nos
encontramos con el nuevo fenómeno de la exclusión más grave si cabe que
el de la explotación: pueblos y colectivos invisibles para el sistema.
Esta situación hay quien la justifica con el
recurso a la naturaleza como se hizo con la esclavitud, o a la biología que
explicaría las discriminaciones raciales y sexuales, o a las leyes del mercado
que sirven para todo.
Pero nuestra razón y nuestra sensibilidad
siguen alimentando ese ideal de armonía con la naturaleza y con nuestros
semejantes que tiene sus mejores
manifestaciones en nuestros sabios, nuestros artistas y en nuestros auténticos
hombre de Estado.
Un cambio de mirada.
No será posible construir un mundo habitable
con ausencia sistemática de más de la mitad de su población. Se requiere una nueva visión del mundo
alternativa a la actual idea de progreso generador de catástrofes y crisis
ambientales. Supone ver el mundo no desde una perspectiva dominante,
exclusivamente masculina, sino desde la perspectiva de la armonía con el
entorno, asumiendo el lado femenino de la naturaleza. No bajo un punto de vista
meramente mecanicista, sino más bien organicista que integre el
sentimiento y el cuidado. Concebir la existencia como un estar en conexión y la
ética como un tener cuidado de esas conexiones que nos ligan a los demás y al
mundo.
La relación hombre – mujer constituye el
paradigma de las demás relaciones que se dan en la sociedad. Unas relaciones
de dominio del varón han dado lugar a una civilización colonizadora y
depredadora de los pueblos y países tanto como de la naturaleza. Incluso el
mito patriarcal parece estar presente en esa arrogancia y superioridad, en esa
pretendida imparcialidad y pureza que a veces caracteriza a la ciencia moderna.
Según María Mies y Vandana Shiva, [10] la ciencia patriarcal lo que desea es someter a su control, al
control del espíritu masculino “puro”, el arte de la producción, el poder de la
creación, que hasta aquel momento residía en las mujeres y la naturaleza.
Para ello despojan a mujeres y naturaleza de subjetividad y dignidad,
reduciéndolas a materia sin vida...
Incapaces de mantener relaciones
auténticamente humanas y de amar son movidos por la pasión competitiva, el afán
de omnipotencia. Entienden el conocimiento como poder y siempre al servicio de
la fuerza. Es la destrucción violenta de la simbiosis hombre – mujer y la
designación de la mujer como mera naturaleza animal lo que ha posibilitado a la
economía capitalista erigirse en amo y señor de la naturaleza y las mujeres.
Por eso la ciencia actual presenta una
hipócrita igualdad, es una ciencia y tecnología fundamentalmente militar,
destructora de los vínculos vitales entre los sistemas vivos autosostenibles de
la tierra.
Se impone un nuevo paradigma que
considere: que toda ciencia es relación
entre sujetos vivos; que los sentidos y la sensibilidad en general son
fuentes de conocimiento tanto como de felicidad; que la tierra y sus recursos
son limitados lo mismo que nuestras vidas.
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C. La relación
hombre-mujer, medida de todas las cosas.[11]
A la hora de
hacer pronósticos sobre nuestro futuro importa considerar tanto lo que son nuestras
relaciones con la naturaleza, trabajo, organización de la producción, el
mercado y las aportaciones de la ciencia
y la técnica, como lo que son nuestras relaciones con nuestros semejantes,
formas de convivencia política y social siempre marcadas por los
condicionamientos culturales y las fuerzas olvidadas de los sentimientos.
El fenómeno que
parece estar siempre presente es la tensión entre todo aquello que percibimos
extraño y el reducido mundo de cosas con que nos identificamos.
El gran problema
es la búsqueda de identidades que superen los estrechos límites de naciones y
civilizaciones hoy obsoletos, búsqueda de convergencias, de espacios habitables
para todos, de universales con los que todos podamos sentirnos identificados. Y
en última instancia integrar las libres voluntades en proyectos comunes, asumir
en amplias perspectivas esa lucha de contrarios que parece animar todos los
procesos por los que se va gestando nuestra historia.
Cómo superar ese
enfrentamiento que nos hace ver en el otro un contrario, cómo ahondar en
aquella parte del otro con la que me puedo identificar y en la que nuestras
libertades pueden expandirse al unísono potenciándose en lugar de excluirse.
¿Hay algún modelo
de relación humana que garantice ese acercamiento mutuo sin que suponga la
negación de una parte? ¿Un modelo en que podemos experimentar esa mutua
pertenencia, ese ensanchamiento de nuestra voluntad sin obstáculos en la
voluntad del otro?
Si hemos de creer
a Hegel es en el Estado donde de forma más clara aparecen las voluntades
particulares unificadas en una voluntad colectiva, donde de una forma palpable
aparece el dominio de la razón en los pueblos por medio del orden ético y el
derecho, donde el individuo aprende a reprimir sus impulsos y a ajustar su conducta
al derecho, a la razón, donde aprende a ver el mundo desde un punto de vista
colectivo.
Es siempre un
proceso doloroso: “Ya en los Estados más rudimentarios se ve que una voluntad
se somete a otra” [12] ;
también los Proverbios parecen hacer alusión a lo mismo dando por bueno el
temor al dueño: initium sapientiae timor domini [13];
Hegel ve aquí la dialéctica del dueño y el esclavo, el modelo de relaciones que
hasta ahora ha dominado la historia.
¿Estamos condenados a repetir en forma más o
menos refinada el modelo de la sociedad esclavista, cuando no el del lobo en la
manada? ¿El estar dotados de inteligencia y voluntad acaso no posibilita otras
formas de relacionarnos con nuestros semejantes y con el entorno?
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Con esta relación se puede juzgar el grado de
cultura del ser humano en su totalidad. Del carácter de esta relación se deduce
la medida en que el hombre se ha convertido en ser genérico, en ser humano, y
se ha comprendido como tal; la relación del hombre con la mujer es la relación
más natural de un ser humano con otro. En ella se muestra en qué medida la
conducta natural del hombre se ha hecho humana o en qué medida su naturaleza
humana se ha hecho para él naturaleza plena. [14]
Y es que en esta relación y todo lo que ella conlleva se compendia esa
aspiración fundamental del ser humano que es el reencuentro consigo mismo en el
otro y el encuentro con la naturaleza en la procreación de nueva vida.
El camino por el
que el ser humano sale de sí mismo para reencontrarse y recrearse y que constituye su máximo interés, lo que más
valora, es, el encuentro del hombre con la mujer, en él experimenta el
ensanchamiento de sus horizontes hasta desbordarse en nuevas criaturas, es la
más elemental forma de convivencia.
Las relaciones de pareja reflejan
las de la sociedad y viceversa. Estas relaciones serán auténticamente humanas y enriquecedoras
si están basadas en el mutuo reconocimiento y la mutua entrega y no repiten la
asimetría de las relaciones dueño-esclavo.
Lo mismo en una
que en otra la comunicación en igualdad es la que hace posible la
convivencia y la cooperación.
Cuando la
comunicación falla o se da en una sola dirección aparecen las relaciones de
poder y sumisión; sólo cuando hay comunicación y búsqueda conjunta de la verdad
es posible la libertad, el más cotizado valor.
Habría que buscar
la forma de que lo político, la relación entre los hombres, no sea un
sometimiento de estos sino poder público al servicio de la mejor producción; y
que lo económico no se limite a satisfacción de necesidades materiales sino que
se oriente hacia el desarrollo de las libertades de todos y cada uno.
¿Dónde buscar un
modelo de relación que ponga en interacción lo político y lo económico en lugar
de separarlo o enfrentarlos?
Fessard ve en el
texto citado de Marx la clave a su respuesta: en la relación del hombre y la
mujer se da esa doble relación. Marx no desarrolla esto porque parece ver más
un indicio que un ideal motor del desarrollo de la sociedad.
A la base de la
dialéctica hombre-mujer está el deseo: uno es para el otro la primera
necesidad. Mediante la unión con el otro cada uno hace realidad su aspiración a
salir de la soledad en que le ha sumido su proceso de individuación y
autoafirmación.
Hay una atracción
biológica y una elección psíquica que se resuelve en la “lucha amorosa”. No se
trata de probar el propio valor a semejanza de la lucha a muerte que se daría
en la dialéctica dueño-esclavo, sino que por el contrario se trata de provocar al
otro a manifestar el valor que atribuye al compañero dándose a él en la mutua
promesa de vida. El objeto de la lucha amorosa es un reconocimiento mediante la
mutua elección y donación. Pero acabaría de forma estéril si cada individuo
permanece en su particularidad y no logran entrar en el juego de la
comunicación y el mutuo reconocimiento.
Y finalmente la
relación culmina en un “trabajo”, y la mujer lleva la mayor parte, en el hijo,
la proyección tangible de esa relación. En el hijo el hombre y la mujer encuentran
fundidos conocimiento y gozo, en él se reconocen mutuamente como un yo que es
un nosotros y un nosotros que es un yo.
Está claro que el
compromiso amoroso cuando es compartido:
-
enriquece la vida
del sujeto abriéndole nuevos horizontes,
-
permite escapar
del laberinto del yo encerrado en su soledad,
-
hace concebir una
vida más intensa por autorrebasamiento de uno en el otro,
-
reconcilia:
autonomía del sujeto e intersubjetividad pasional.
Esta apertura e intersubjetividad son las bases de una sana y fecunda
convivencia.
[1] Lipovetski, La
tercera mujer. Anagrama, Bna. 1999. Págs. 17 ss.
[2] “El amor, conjugado en masculino, no constituye sino
una ocupación entre otras, mientras que colma la existencia femenina.” (Cit.
Lipovetski. Ibid.) . Y Nietzsche: la mujer entiende el amor como entrega en
cuerpo y alma, como una fe; el hombre como tomar o poseer algo que le
enriquece. Esto es injusto e inmoral como la misma Naturaleza. Y observa: “si
ambos renunciasen a sí mismos por amor, ¿qué resultaría? ...¡Qué sé yo! Acaso
el horror del vacío.” (La Gaya ciencia V, CCCLXIII. Ed. Teorema vol.2, pág.
1122)..
[3] “Las mujeres sólo existen por el amor, la historia de
su vida empieza y acaba con el amor”. Cit. Lipovetski, Ibid.
[4] Debajo de la capa de Luis Candelas,
mi corazón amante vuela que vuela.
Madrid te está buscando para prenderte
y yo te busco sólo para quererte,..
mi corazón amante vuela que vuela.
Madrid te está buscando para prenderte
y yo te busco sólo para quererte,..
Hoy se da un afecto menos
incondicional; en las rupturas el 70% parte de la mujer. Ibid.
[6]
Michèle Zimbalist ROSALDO y Louise LAMPHERE 1974; Rayna R. REITER, 1975. Ver también Olivia HARRIS
y Kate YOUNG, 1979. Cit. V. Stolke
[9] Ver Erich Fromm, El arte de amar. Cap. II.
[10] Ecofeminismo. Ed.
Icaria. Pág. 71 ss.
[11] V. A.Durán, Fessard,
Método de interpretación de la historia. Pont. At. Sales de Roma, 1969,
ejercitación.
[14] KARL MARX, Manuscritos:
Economía y filosofía. Alianza Editorial 1974. Pág. 142. “La relación inmediata,
natural y necesaria del hombre con el hombre, es la relación del hombre con la mujer.
Se muestra también en esta relación de qué manera la
necesidad del hombre se ha hecho
necesidad humana, en qué medida el
otro ser humano en cuanto ser humano se ha convertido para él en necesidad; en
qué medida él, en su más individual existencia , es, al mismo tiempo, ser
colectivo.
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