ARTE DE VIVIR ¼
Antonio Durán andurangm@gmail.com
El
problema de Diógenes.
Os parecerá una tontería, pero aquello de Diógenes con su farol buscando
un hombre en las plazas de Atenas, que luego Nietzsche transformaría en
búsqueda del dios muerto, tiene más enjundia de lo que parece.
Pensad que Diógenes se ha desprendido de todo: sólo le quedaba un cuenco
para beber de la fuente y al ver a una niña bebiendo con el cuenco de las manos
lo tiró viendo que ni siquiera eso necesitaba; no le importaba andar descalzo,
con los pies llenos de barro, por las alfombras del palacio de Platón, según
decía, así pisaba su orgullo; y a quien le dijo que sirviendo a un príncipe no
tendría que comer lentejas, le respondió que prefería tener que comer lentejas
antes que tener que adular a los príncipes; así que cuando Alejandro Magno le
pregunta qué puede hacer por él: Apartarte a un lado, le dijo, que me estás
quitando el sol.
No nos debe de extrañar que después de harto de cavilar en su tonel
sobre lo que queda en un hombre después de prescindir de todo lo “accesorio”
saliera despavorido a la calle buscando lo que no encontró dentro de sí.
Buscar al hombre o el sentido de todo ese chorro de energía que nos
atraviesa, nos interconexiona, tal vez sea la tarea más apasionante que se nos
presenta. Al fin y al cabo un ser humano es la porción de realidad que tenemos
más a la mano. O si se prefiere, en nosotros es el único lugar en que la
realidad se vuelve transparente a sí misma. Si conocemos nuestra realidad
conocemos todas las demás; si conocemos de qué estamos hechos conoceremos de
qué están hechas todas las cosas y sabremos posicionarnos con mayor lucidez en
nuestro mundo.
Una primera aproximación.
En un primer golpe de vista podemos percibir que estamos hechos de la
misma sustancia que la tierra, el agua y el aire, y podemos presumir de ser
básicamente un complejo químico muy
evolucionado; sabemos incluso nuestra organización genética y el
comportamiento de los genes y sus leyes de supervivencia que explican en
parte de nuestras apetencias y nuestras fobias. [1]
Conocemos la neurona, los neurotransmisores que la atraviesan
están bien identificados, (endorfina, dopamina, noradrenalina,
acetilcolina...); los centros donde se procesa la información por medio de
mapas neuronales tienen mucho que ver con nuestra anticipación de las respuesta
exitosas que damos a los estímulos.
La psicología se encarga de analizar paso por paso ese mundo un tanto
extraño del pensamiento; aunque no está muy claro si se trata de un
desajuste de este animal cuyo riego sanguíneo se ha concentrado demasiado en el
cerebro y ha dado lugar a la aparición de ese parásito devorador de vida que es
el pensamiento; o tal vez se trate de uno más de sus utensilios: el uso de
voces en lugar de cosas que va a permitir simularlas, hasta llegar a esa
simulación de nosotros mismos que llamamos conciencia; tampoco faltan los que
consideran el pensamiento algo que nos introduce en una nueva dimensión de la
realidad, ese mundo de las representaciones incoloras, mudas e intocables [2]
y que escapa al espacio y al tiempo.
Pero además de todo eso sabemos que somos animales de ciudad,
animal político dijo Aristóteles, que disfrutamos de una organización del trabajo
y del reparto de lo producido aunque no siempre consensuada (economía social de
mercado en el mejor de los casos, neocolonialismo en el peor); y de una
organización política sobre las bases de la democracia que aspira a unas
libertades de pensamiento, de asociaciones que deciden el propio gobierno, de
mercado... que al menos como idea tal vez sea el mayor logro de la cultura
occidental
Y aunque no seamos muy conscientes de ello sabemos que a grandes niveles
estamos atravesados por fuerzas de
gravedad y corrientes electromagnéticas que nos enlazan a los astros y sus
movimientos.
Con todos estos saberes hemos logrado un dominio de nuestro entorno que
jamás ha tenido parangón en lo que conocemos desde la aparición de la vida.
Todo esto es magnífico, una gran hazaña, una proeza, un milagro de la
racionalización, la división del trabajo y la especialización y no hay que
minimizarlo. Pero tampoco debemos consentir que se nos minimice concluyendo que
el que tenga visiones que vaya al médico.
Si os fijáis bien la mayoría de nuestras nociones del hombre se refieren
a los aspectos externos, como si estuviera visto con los ojos del saber
técnico, y consisten en trocearlo, o reducirlo a algún elemento parcial.
Era este panorama el que hacía decir a Hölderlin:
l¡Ojalá no hubiera ido nunca a
vuestras escuelas! La ciencia, a la que perseguí a través de las sombras, de a
que esperaba, con la insensatez de la juventud, la confirmación de mis alegrías
más puras, es la que me ha estropeado todo.
En vuestras escuelas es donde me
volví tan razonable, donde aprendí a
diferenciarme de manera fundamental de lo que me rodea; ahora estoy aislado
entre la hermosura del mundo, he sido así expulsado del jardín de la
naturaleza...
¡Oh, sí! El hombre es un dios
cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona... [3]
Un símil y un diagnóstico.
Hay un mito del Atarva Veda (2º Veda) que dice más o menos así:
Prajapati deseó ser muchos... con
la idea de disfrutar de los objetos de los sentidos, por lo que nos creó.
Pero es una empresa peligrosa...
pues es atrapado por el flujo de las cualidades de la materia con la que actúa
(luz, oscuridad, mezcla); y como sujeto corpóreo se ve como enfrentado a los
objetos de percepción que siente como exteriores y se llena de deseos y no ve
al dador de todo en sí mismo, sino que piensa “este soy yo”, “esto es mío”, y
de este modo queda atrapado como un pájaro en la red y así vaga por matrices
buenas y malas pendiente de lo que
consigue con sus acciones y viendo por todas partes objetos contrapuestos.
...si se libera de aquellas cosas
de las que se había llenado y por las que había sido vencido, entonces logra la
conjunción con el espíritu, es decir, siendo realmente Brahma entra en
Brahma. [4]
Como la mayoría de los mitos se presta a muchas interpretaciones pero
podemos muy bien ver reflejado tanto al hombre de nuestro tiempo como a su
sociedad, ambos perdidos en multitudes de cosas.
Ya Ortega y Gasset hablaba de la barbarie de la especialización y
consideraba al especialista como pollo de engorde metido en su jaula para mayor
rentabilidad sin la menor conciencia del sentido del conjunto. Y señalaba que
el exceso de cosas no favorece a la vida, sobre todo cuando esas cosas te las
encuentras sin haberlas trabajado tú. Esto da lugar tanto a la vieja aristocracia
como al “hombre masa” que comparten gustos como el culto al cuerpo y al
deporte, la falta de romanticismo en las relaciones hombre-mujer, el desprecio
por el intelectual del que sólo se sirven para diversión, preferir el
autoritarismo más que un régimen de discusión. (Rebelión de las masas).
Algo parecido dice Heidegger cuando afirma que la democracia no puede
apropiarse del control de la técnica, que no tiene hoy sentido afirmar que el
hombre es centro del universo cuando ese universo que hemos fabricado se nos
engulle, que tanto al sujeto como a nuestra realidad hay que aplicarles una
cura de adelgazamiento que nos permita verlos desapasionadamente. [5]
En esta cura de adelgazamiento de nuestra hipertrofia de subjetividad, o
si se prefiere en el cambio de perspectiva de nuestra visión de las cosas es
donde, según creo, la visión de oriente tiene algo que decir.
Naturalmente ni es oro todo lo que reluce ni hay que idealizar ninguna
cultura como si tuviera la última palabra, pero hay filones en el mundo oriental
que merecen todo nuestro interés.
Algunas sugerencias.
El punto de mira.
Es muy gráfico ese sencillo toque de alerta sobre el simplismo de las
explicaciones del hombre sin recurrir a otra cosa que a los componentes
puramente materiales:
“Aunque cortes el tronco del cerezo
no hallarás las flores en él.”
Hay sitios donde no se pueden buscar ciertas cosas:
Del pino lo del pino y del bambú
lo del bambú.
Pero sobre todo no se puede confundir lo más genuinamente humano con
cosa ninguna.
Las Upanisad nos lo ilustran con la Historia de Naciketa: [6]
Ofrecido por su padre, al estilo
de Abrahán con su hijo, llega a la morada de la muerte pero ésta no está y no
le hacen la acogida pertinente; cuando ésta llega a los tres días se disculpa y
le ofrece satisfacer los tres deseos que prefiera.
Lo primero que pide es que su
padre se libre de la ansiedad y que no le reprenda cuando vuelva. La muerte le
dice que no se preocupe que su padre no se enfadará y dormirá tranquilo.
Lo segundo que le revele cuál es
el fuego que conduce a ese lugar en que no está ella y por tanto no hay miedo,
ni vejez ni sufrimiento. Ese fuego no es otro que la inteligencia, el iluminado
encuentra allí el fuego origen de los mundos.
Lo tercero que le aclare si cuando
uno se muere sigue existiendo o no. Aquí la muerte le dice que en esto hasta
los dioses han dudado, es un tema difícil y que le pida otra cosa. Él insiste.
Ella le ofrece hijos, riquezas, poder, ninfas celestiales y toda clase de
delicias. Pero él dice que todo eso es pasajero, que nada de eso hace feliz
pues nada de eso queda cuando ella llega. Quiere saber si hay una nueva vida.
La muerte responde con tres
consideraciones:
Lo primero, hay que saber
distinguir bien de placer. Tú has elegido el buen camino porque has preferido
lo primero.
Lo segundo, diferenciar sabiduría
o deseo de verdad e ignorancia o deseo de cosas placenteras, la ilusión de la
riqueza y el poder. Sólo conoce la verdad el que se siente uno con ella y la
desea con firme decisión.
Y finalmente saber qué es aquello
que está más allá del bien y del mal, de las causas y del tiempo. Tal es el ser
escondido en el corazón de cada criatura que sólo puede ser conocido cuando él
se manifiesta a quien le busca con los sentidos en equilibrio y la mente sin
ansiedad. El sabio es capaz de ir de la palabra al pensamiento, del pensamiento
a la inteligencia, de la inteligencia a la vida y llega a una paz total con el
ser. Cuando se llega aquí hemos dejado de confundir la apariencia con la
realidad e, instalados en nuestro verdadero ser, habremos perdido el miedo a la
muerte.
Cuando se toma conciencia de lo que está más allá del tiempo y de los
cambios y las formas pasajeras... el ser humano se libera de las garras de la
muerte.
El problema de la inmortalidad se resuelve eliminando al sujeto
individual como algo aislado, eliminando toda dualidad.
El yo superficial y el yo
profundo.
La gran máxima de las Upanisad es “Tú eres Eso”. “Eso” es, por supuesto,
el Atman o Espíritu, el Espíritu Santo, el pneuma griego, el rüh árabe, la ruah
hebrea, el Amón egipcio, el ch´i chino; Atman es esencia espiritual indivisa
sea trascendente o inmanente... [7]
Bergson ha hablado de esas
dos formas de entender la primera persona, del yo superficial y el yo profundo.
De cómo nos identificamos con apetencias o pulsiones que en nada responden a
nuestros intereses más íntimos. De cómo nos derramamos en un mundo de cosas que
acaban cosificándonos, proyectándonos en una exterioridad en que nos perdemos
con el consiguiente desasosiego. Contrapone a esto la intuición que es capaz de
captar en su flujo ese "elan vital" que nos atraviesa y que escapa a
toda objetivación. Incluso recurre al testimonio de los místicos de todas las
culturas como seres privilegiados capaces de vivir esta experiencia en su
máxima expresión.
También Husserl habla de una
"pura subjetividad" que no puede ser puesta entre paréntesis: paso
del yo empírico al yo transcendental, un ser extramundano, inserto en el flujo
vital.
Pero claro, nos quedamos un tanto perplejos con el vaciado que hace de
ese yo trascendental cuando parece reducirlo a un "conjunto de leyes o
estructuras comunes a todos los sujetos conscientes", esto es, a un
lenguaje cuyos rasgos en el fondo compartimos.
El punto de arranque de Bergson y Husserl es similar a las enseñanzas de
las Upanisad: evitar que el hombre se disperse y se pierda en las cosas y
encaminarlo hacia su mundo interior, hacia el ser escondido en el corazón de
cada criatura.
Pero es muy distinta la forma de afrontar esa subjetividad. Desde ese
complicado amasijo de estructuras de que hablan los estructuralistas que se
inspiran en Husserl,[8]
hasta esa línea que señala Bergson que apunta a la mística, pasando por esa
sensata sugerencia del segundo Heidegger de cura de adelgazamiento del sujeto
del humanismo y la ilustración.
Con los debidos reajustes no viene mal echar un vistazo en esa
dirección; seguir esa invitación a ver las cosas desde la perspectiva que se
nos abre cuando miramos en nuestro interior y descubrimos el discurrir de la
energía (karma) a su través, sin miedo a los ciclos (samsara), ni a las
apariencias (maya) que podemos confundir con la realidad.
CONSIDERANDOS SOBRE EL ARTE DE VIVIR/1:
- Conocer lo que somos físicamente para mejorar dieta y ejercicios; y cuando
lo requiera el caso medicina y terapias.
- Dar su valor a las cosas.
- Lo más genuino del hombre.
- Rasgos del yo superficial y del yo profundo.
[1] DAWKINS, R. El gen
egoísta. Salvat 2002: Somos simples máquinas reproductoras de genes; éstos se
valen de nosotros en el juego de la selección natural.
[2] SCHRÖDINGER, Erwin. Mente y materia.
Tusquets. 2007. Págs. 71 ss.
[3] Hiperión.
Ed. Hiperión, Madrid 2002. Pág. 26.
[4]
Cf. ANANDA COOMARASWAMY, El Vedanta y la tradición occidental. Siruela. Págs.
82-85.
[6] Upanisad con los comentarios advaita de SANKARA. Edición de
Consuelo Martín. E. Trotta.Págs. 75 y ss.
[7] Ananda, l. c. Pág. 19.
[8] Nuestra capacidad de lenguaje
postula un "órgano cerebral innato que conecta áreas de los sonidos y de
la representación", NOAM SCHOMSKY. País, 16,11,2002.
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