1. POLVO ERES
Aquel remolino de polvo galáctico
se aburría eternamente dando vueltas y más vueltas por eones sin fin. Andaba
por la mitad de su ciclo rutinario cuando observó que otro remolino de giros
contrarios pasaba a su lado haciéndole guiños extraños.
- Qué tal andas de polvos - se
insinuó.
- Yo tengo de todo - respondióle en
el lenguaje gestual de los remolinos - desde los quarks charmed hasta las
partículas de más alta frecuencia que te puedas imaginar.
- ¡Eres muy potente!
- Sí, tengo miles de revoluciones
por segundo y en mi órbita hay materia que gira a velocidad similar a la luz.
- Pues yo últimamente ando mal de
salud. Un enfriamiento me ha hecho perder un montón de cuantos y me salgo de
órbita cada dos por tres.
- Eso os suele pasar a los levógiros,
que andáis continuamente con vuestras ondorragias periódicas. En cambio,
nosotros los destrógiros... mira, mira cómo vibro, qué longitud de ondas.
- Tampoco es para tanto, las he
visto mayores.
- No vayas a creerte que te quiero
impresionar.
- Yo no creo nada, soy pura materia
y todo me da igual...
Y hablando, hablando, aquellos
incautos remolinos, un tanto inexpertos, cuando se vinieron a dar cuenta habían
rebasado sus campos de fuerza sucediendo lo que tenía que suceder.
Al juntarse demasiado, campos de
fuerza de signo contrario, como todo el mundo sabe, provocan una corriente de
simpatía y atracción. Los chorros de partículas de giros opuestos se ensamblan
como dos engranajes imbricados armónicamente mientras giran uno a favor y otro
en contra de las agujas del reloj.
Era
aquella una nueva experiencia para estos
remolinos tan primitivos. Estaban acostumbrados al choque con sus congéneres,
los remolinos del mismo signo. Como ruedas de cuadrigas diferentes que se
aproximan en veloz carrera y al rozarse saltan chispas de repulsa, como dos
peonzas girando en la misma dirección que se entrechocan y salen despedidas,
así habían sido los encuentros con sus
iguales. Siempre giros en la misma dirección producen fuerzas antagónicas.
Qué diferente ahora estos flujos convergentes y armónicos. Era
apasionante aquel entrelazado de giros contrarios que acababan imbricando hasta
los ejes a aquellos jóvenes torbellinos. Se abrazaban compenetrados sintiendo
el placer de las corrientes de desplazamiento que producía el encuentro de sus
diferentes ondas electromagnéticas.
Y
fue tan cálido el abrazo y tan efusiva su explosión de júbilo que por unos
momentos quedaron eclipsados los mismísimos ecos de la explosión inicial.
El
resultado, oh maravilla, torrentes luminosos de fotones irradiando con luz
propia sobre la radiación de fondo, masas condensadas en rotación arrastrando
consigo el tejido espaciotemporal, o sea, los primeros remolinitos nacidos del
primer inmenso polvo estelar.
La experiencia se dio tan bien
que desde entonces no han cesado de repetirla
sus descendientes poblando el universo de nutridísima prole. Imagínate
esos turbiones inmensos de partículas que colisionan, funden y se sueldan en
cálido abrazo y luego saltan multiplicados en un sin fin de nuevos revoltijos.
Pero,
ojo, que hay remolinos de la más diversa índole y catadura, desde fecundos y
positivos cúmulos simpáticos y expansivos, hasta misteriosos, absorbentes, devoradores
agujeros negros. Evitar a éstos y
hacerse amigo de los primeros tiene todo el arte.
Tal vez fuera ésta la primera de
las grandes catástrofes por las que ha ido pasando nuestro desvalido universo,
el primer cambio radical de paradigma en los juegos a que se irá prestando esa
dócil, voluble, juguetona materia, esa madre virgen preñada de posibilidades
sin cuento que por descuidos del azar concebirá una y otra vez milagrosamente
en su seno.
[ Permitámonos una disgresión que
probablemente no se pudo hacer en aquella primera vorágine y podemos hacer hoy
ya curados de espanto.
- Que digo yo, ¿cómo pudieron en
aquel mundo azaroso aparecer seres que se repiten de forma constante?
- Buena pregunta, - me dijo el
sabio Murray Gell-Mann - pero has de saber
que se daban las condiciones objetivas para ello.
- Y ¿cuáles son ellas?
-
Se daba la mezcla adecuada de regularidad y azar que permitía la
aparición y desarrollo de los sistemas complejos adaptativos: Ni un azar
excesivo que no dejara lugar a repeticiones constantes, ni una regularidad
absoluta que no permitiera los cambios.
- Perfecto. Pero ese equilibrio ¿se
dio por azar? - digo yo.
Murray se quedó medio adormilado y entonces a mí me vino la
idea:
- Sí, todo fue fruto del azar. Pero
un azar, como si dijéramos, intermitente; un azar ya achacoso que de cuando en
cuando da una cabezada y se le escapa el control de la situación dejando paso a
las regularidades. Estas regularidades, una vez instaladas en el seno del azar,
son como moscas cojoneras que no hay forma de quitárselas de encima y repiten,
repiten lo mismo sin cesar. Y al final son tantas las moscas que le comen la
moral al azar y se instalan por todos los rincones del multiverso.
Fin de la disgresión, y volvemos a la objetividad del relato.
]
Tras eternidades de interminables
vagabundeos por las noches locas del espacio intergaláctico, uno de aquellos
remolinos disolutos se dispuso a sentar cabeza. Fue presa de la incertidumbre
por un largo lapso de tiempo, pero, finalmente, aquel alocado aventurero,
enemigo de los caminos trillados, se determinó por lo más complicado. Entre todas
las bifurcaciones posibles fue seleccionando, por azar, eso sí, las que
ofrecían mayores posibilidades. Y accidente tras accidente y después de
múltiples tropezones, del remolino vino el cúmulo,
del cúmulo las comunas de galaxias, de las galaxias los sistemas solares y en
uno de esos sistemas solares, ya lejos de las condiciones iniciales,
casualmente, un accidente cuántico dio lugar a una condensación de materia que
formó la tierra.
Y,
al cabo de estos diez mil últimos millones de años, el mundo dio un nuevo
traspié y algunos bloques de materia escaparon a la protección purificante del
calor sideral o del frío interplanetario y como resultado de este defecto
fortuito de precauciones profilácticas surgieron las primeras complicaciones,
los primeros fermentos, los primeros sistemas complejos adaptativos y, en
definitiva, surgió la vida en el oscuro e insignificante planeta tierra.
De
aquellos polvos vinieron estos lodos.