1.
CÓMO
NACE, VIVE Y MUERE EL SUJETO
EL SUJETO Y SU EMANCIPACIÓN
La noción.
Una primera característica del hombre es su capacidad de
inhibir y desinhibir las pulsiones y representaciones y darles una orientación
preseleccionada.
A diferencia del animal que vive en su medio como una cosa
entre cosas, el hombre es capaz de tomar distancia de los otros hombres y las
cosas y relacionarse con ellos tras barruntar de una manera más o menos clara
todas las implicaciones que tiene con su entorno, esto es, tomando conciencia
de sí y de sus relaciones esenciales con los hombres y las cosas que le rodean.
Enfrentarse al mundo como un sujeto supone: ser capaz
de aplazar la gratificación inmediata de los propios actos, tener a la vista un
tramo más o menos largo de la propia existencia y actuar seleccionando de
antemano el propio comportamiento.
La evolución del
concepto.
El
mundo interior del sujeto o la subjetividad se ha afrontado en las diversas
culturas de forma diferente.
- Ya
en los albores de la filosofía griega, a la hora de interpretar el mundo
circundante, hay implícita una toma de partido al instaurarse la dicotomía
sujeto-objeto.
Esta
distinción, ignorada por el pensamiento primitivo y soslayada por la filosofía
oriental, está presente a partir de los griegos en el corazón del pensamiento
occidental.
Es una distinción que, si no en un principio, sí a la
larga, acaba concibiéndose en términos antagónicos: el sujeto toma distancia de
la realidad objetiva y se enfrenta a ella como a algo totalmente extraño, de
naturaleza distinta. Es la forma de estar frente a la naturaleza propia de la
mentalidad científica.
Y son
los primeros pensadores griegos los que sientan las bases de esta actitud al
atribuir a las cosas comportamientos que el hombre conoce pero no controla, al
atribuirles una naturaleza propia, ni hostil ni simpática pero extraña al
hombre. [1] Es el caso de Thales de
Mileto que dijo El agua es el principio de todas las cosas. Otros dijeron que
el fuego o el aire, llegando a aquello de Heráclito: Malos testimonios son los
ojos y las orejas para aquellos hombres que no entienden su lenguaje.
- En
cambio, el mundo oriental de tradición hindú hace un planteamiento distinto.
Para el hindú en ese ámbito interior del que hablamos es donde se da el
conocimiento auténtico del mundo. Pero este conocimiento no conlleva una
dicotomía sujeto – objeto como realidades contrapuestas. En la tradición de los
Vedas y después del budismo, si somos capaces de penetrar las apariencias, la
tela de Maya, la ilusión, que tejen las pasiones, e identificarnos con lo más
hondo de nosotros mismos, el atman, nos encontramos con la armonía de
pertenecer a todo y no deseamos más que entrar en el juego de la naturaleza y
sus ciclos.
Así
lo expresa Tagore: "Soy como un jirón de una nube de otoño, que vaga
inútilmente por el cielo. ¡Sol mío glorioso eternamente; aún tu rayo no me ha
evaporado, aún no me ha hecho uno con tu luz! Y paso mis meses y mis años
alejado de ti." (Gitanjali, 80). Salvador Paniker también habla de la
necesidad de desprendernos del yo cuando ya no nos es necesario.
- A
lo largo de la Edad Media, si bien teóricamente se ha reconocido la
subjetividad e individualidad del hombre, en la práctica el hombre se encuentra
como perdido en los estamentos, en los gremios o en las iglesias.
- Por obra del renacimiento y el humanismo la
afirmación del hombre como sujeto pasa a primer plano, lo que conlleva todo un
movimiento de emancipación de las anteriores tutelas y la afirmación de su
autonomía en los diversos terrenos.
- El
valor del sujeto y su individualidad frente a todos los estamentos que
pretenden suplantarlo, reivindicado por el Renacimiento, adquiere en la
Modernidad su más alta consideración.
Primero fue Descartes con su
"cogito" (pienso luego existo) quien sentó un modelo de pensar basado
en el sujeto y sus capacidades: no hay más criterio de verdad que lo que el
sujeto percibe clara y distintamente. Y lo que el sujeto tiene claro de sí es
que es “una cosa que piensa”.
Luego
Kant con su "giro copernicano". Deja sentada de forma definitiva la
importancia del sujeto en la elaboración del conocimiento:
. Como Copérnico consideró que el mundo no da vueltas
sino el hombre.
. Así Kant considera que el mundo no impone sus formas al
conocimiento, sino el hombre. Conocer es
organizar las cosas. No conocemos a priori de las cosas más que lo que ponemos en
ellas. La razón no conoce más que lo
que ella produce; así Torricelli, Bacon, llevan el experimento pensado
previamente a la verificación. Así Galileo y su maestro ante una puesta de sol
están viendo dos cosas distintas.
Tanto
Descartes como Kant mutilan al sujeto al reducirlo a pensamiento o espíritu.
Kant parece insinuar dos tipos de sujetos: el de las representaciones y el de
las decisiones que se manifiesta cuando salimos de las representaciones para
actuar o crear. Este segundo será el que desarrollen los románticos.
- El
sujeto de los románticos [2] no es la cosa
pensante que descubre Descartes, ni el sujeto universal de los ilustrados
llámese la Razón o la Humanidad sino algo tan concreto como el artista, el
genio o el pueblo.
El
artista por medio de la razón descubre la progresiva organización de todos
los seres como una sinfonía que van componiendo en su evolución y por medio del
sentimiento crea los símbolos de arte que unen lo material con el pensamiento,
lo natural con lo espiritual, lo finito y lo infinito. El sujeto artista es un
microcosmos que refleja en su interior el espíritu que duerme en el fondo de la
naturaleza y que plasma en símbolos esa zona oscura que los demás no saben
percibir, descifra las claves del espíritu que anima la naturaleza (las notas dormidas en las cuerdas del arpa que decía
Becquer) [3].
El
genio o el artista genial es un sujeto que actúa espontáneamente como la
propia naturaleza (Mi ley la fuerza y el viento, Espronceda), es el mediador
del proceso por el que se va manifestando el espíritu que duerme en el fondo de
la naturaleza (el genio duerme en el
fondo del alma). Es el testigo del espíritu espontáneo del pueblo en busca
de su libertad. En él se armonizan libertad y naturaleza, lo inconsciente y la
conciencia.
El pueblo o colectividad constituye el sujeto amplio en
que actúa el espíritu. Este espíritu se manifiesta como razón histórica que va
tomando cuerpo en las leyes e instituciones de los pueblos. El sujeto
individual sólo encuentra sentido en la medida que se identifica con el pueblo,
su ámbito natural. Poesía y filosofía no son más que nostalgia de esa patria
original. Aceleramos su proximidad transformando lo real en símbolos, al sujeto
individual en sujeto que vibra al unísono con lo colectivo. Es el planteamiento
optimista de Hegel.
El sujeto alienado
en busca de su emancipación.
(Cf.
Marx, Manuscritos. Marcuse, Razón y revolución)
Alienación es un concepto hegeliano que significa
extrañamiento.
En Hegel tiene un carácter neutro, lo entiende como
objetivación, e indica la simple exteriorización del hombre en el universo,
la apertura que le permite contemplarse a sí mismo en el mundo que él ha
creado.
En Marx, como en Feuerbach, cobra un carácter negativo, la
entiende como privación o enajenación de algo que pertenece a la
esencia del sujeto.
Pero mientras Feuerbach sólo se fija en la alienación
religiosa, extrañamiento del hombre en un más allá que le impide realizarse
aquí abajo
Marx considera que se da una alienación económica que es la
que hace que la exteriorización se vuelva contra el hombre. En la historia real las relaciones de
producción están en conflicto con las fuerzas productivas, el trabajo está
alienado, el hombre no se reconoce en su propio producto y su labor se
convierte en una fuerza enemiga.
Esta alienación se manifiesta en la relación del obrero con su
producto y con su actividad.
- Relación obrero-producto:
Cuanto más trabaja el
obrero, más poder adquiere el capital y menos medios tiene el obrero para
apropiarse de su producto
El trabajo es víctima del poder que él mismo genera.
El producto es una entidad ajena, una fuerza que se ha hecho
independiente de su productor y se vuelve contra él esclavizándolo.
- Relación obrero-actividad.
El obrero, alienado de su producto, es alienado de sí mismo.
El trabajo que debería ser medio de autorrealización del
hombre, de desarrollo pleno de sus potencialidades; en su forma actual es medio
de autonegación, contradice la esencia del hombre, mortifica el cuerpo y
arruina el espíritu.
El obrero se siente consigo cuando no trabaja y separado de sí
cuando trabaja. Se siente libre en sus funciones animales: comer, beber,
procrear... Es como un animal en sus funciones humanas: en el trabajo.
- El resultado de la alienación es el deterioro de las
relaciones humanas.
La separación entre el trabajo y su objeto lleva consigo la
separación del hombre con el hombre: los hombres aislados y enfrentados entre
sí se relacionan a través de los bienes que intercambian y no a través de sus
personas.
Reificación de la sociedad capitalista y fetichismo de la
mercancía: no se dan relaciones personales entre hombres sino relaciones
objetivas entre cosas; esto hace que se presenten las relaciones sociales como
relaciones objetivas sin contenido humano desconectadas de su origen y sin
posibilidad de plantear su modificación.
Marx desengañado de la fiebre romántica da un giro a la idea
de sujeto colectivo. Serán las clases sociales los sujetos que con sus
antagonismos irán haciendo la historia. Y en particular será la clase obrera,
la clase que ve la realidad desde un total despojamiento, la que encarne con
pleno derecho los ideales emancipatorios de la humanidad.
La filosofía de la mañana.
Ya Kierkegaard y Unamuno ponen sus reparos a toda idea de
sujeto abstracto y desencarnado. Pero serán Nietzsche y luego Heidegger quienes
centren sus críticas en la misma idea de sujeto, considerada como empobrecedora
de la diversidad de cosas que contiene la realidad del hombre.
El ideal del hombre nietzscheano - dice Vattimo - [4] rechaza
toda idea de reapropiación de su
esencia alienada al modo de Hegel y Marx. Eso supone la visión tradicional de
que hay un sujeto real en los orígenes.
Pero, al desaparecer el significado del origen, "la
realidad más próxima, lo que está alrededor de nosotros y dentro de nosotros,
comienza poco a poco a mostrar colores y bellezas, enigmas y riquezas de
significados... cosas en las que la humanidad más antigua ni siquiera
soñaba." (Aurora. & 44). El pensamiento orientado a lo próximo constituye lo que Nietzsche llama "la
filosofía de la mañana". Y vive esta filosofía, el que, convaleciente
de la fiebre metafísica del pasado, goza de buen temperamento y no tiene nada
"del tono regañón y gruñón: las notas características de los perros y de
los hombres envejecidos en la sujeción". (Humano demasiado humano. &
34).
Heidegger, en su Carta sobre el humanismo,[5] afirma: es
un hecho que el humanismo está en crisis: el hombre de hoy tiene conciencia de
haber dejado de ser centro del universo, artífice de la historia, al sentirse
perdido en las cosas por obra de la técnica que le rebasa y se le va de las
manos: "La democracia no puede reapropiarse del control de la
técnica" - dice Heidegger en su entrevista póstuma. (V. Farías, Heidegger
y el nazismo. Ed. Muchnik. Pg. 404.)
La solución no está en recuperar la función central del
sujeto, en centrar la atención en las ciencias del espíritu más que en las de
la naturaleza, como piensan Husserl y el existencialismo.
En realidad el desarrollo técnico no es más que el resultado
del humanismo: de una afirmación desmesurada del sujeto surge un ahondamiento
de la distancia con los objetos y estos cobran una peligrosa autonomía; frente
a la "res cogitans" (cosa pensante) que afirma el racionalismo
idealista surge la "res extensa" del racionalismo empirista y de la
ciencia. Toda afirmación o defensa del sujeto es defensa de la objetividad
científica que no es más que un desarrollo de las representaciones que se forma
este sujeto. Por lo demás el humanismo es insostenible puesto que sólo
hay humanismo cuando hay una metafísica o marco en el que el hombre se
determina un papel (el hombre es centro del universo sólo si hay universo).
Pero para que haya metafísica hay que negar el humanismo que reduce todo al
hombre (cuando todo se reduce al hombre desaparece el marco en el que éste
encuentra su sentido).
De nuevo aquí se ha puesto un ente (ser aquí) en lugar del ser
(la totalidad), se ha confundido el pensamiento, las representaciones, con la
realidad global, se ha centrado la atención en el ser como presencia sin contar
que tras él está el ser como acaecer, como existencia. Dicho de otra manera
sería como poner el carro por delante de los bueyes, o ver en la escoba un
caballo como hace el niño.
Cura de adelgazamiento
El ser total sólo puede captarse asumiendo la crisis del
humanismo, lo que no significa abandonarse a la técnica sino convalecencia o
cura de adelgazamiento tanto de la hipertrofia del sujeto y su pretendida
importancia como de la fe ciega en la técnica y su exaltación descontrolada. O
sea, sólo dando un carácter relativo e histórico a la técnica y a la metafísica
que está en su origen y moderando las
pretensiones de la subjetividad nos ponemos en condiciones de captar lo
verdaderamente importante de la realidad, el ser, que ni está en el trasfondo
del sujeto ni tras alguna de sus representaciones sino que aparece y se
oculta en los organismos de comunicación que constituyen la sociedad, esto
es, en el lenguaje, en la cultura y en las tradiciones.
El ser pierde su carácter de estabilidad, de solidez
metafísica, de fuerza o energía, y cobra un sentido más débil (Vattimo, Fin de
la modernidad. Pg. 108) en cuanto vinculado a lo que pasa, lo mortal, lo que se
transmite de generación en generación: la tradición cultural que se despliega y
se desvanece con las generaciones. Este
ser tiene mucho que ver con la nada, con el nacer y perecer.
El ateísmo clásico
(Feuerbach) creía que con la muerte de dios se liberaba al hombre, al
reapropiarse su esencia alienada en el ídolo de lo divino. Pero el ateísmo
contemporáneo (Nietzsche) piensa que con la muerte de dios no hay
reapropiación: negar a dios no supone afirmar al hombre: se acabaron todos los
fundamentos.
Heidegger piensa de manera parecida la relación entre el
hombre y la metafísica; como ya se ha dicho, no se puede negar el uno sin negar
al otro.
A diferencia de Husserl y otros existencialistas que
consideran la crisis del humanismo como una invasión de las ciencias de la
naturaleza sobre las del espíritu y ponen la salida de ésta en recuperar la
función central del sujeto, Heidegger considera que la crisis del humanismo y
la de la metafísica son una misma cosa y que tanto el humanismo como la técnica
no son más que el mismo desarrollo de la metafísica y por lo tanto no son
valores alternativos.
En efecto el humanismo consiste en la definición del hombre
como subiectum (lo que subyace). Pero este subiectum, además de perder su
carácter de substrato material y transformase en las representaciones de la
conciencia (según Descartes), se define cada vez más como relativo al objeto,
así el yo cartesiano es conciencia de una evidencia: la conciencia define al
sujeto y la evidencia a la realidad objetiva.
La técnica niega el humanismo no porque el triunfo de la
racionalización niegue los valores humanistas sino porque representa el remate
de la metafísica y requiere la superación del humanismo. La técnica es el
desarrollo de la racionalidad metafísica que estructura el mundo en conexiones
causales previsibles. Esto es la técnica lo envuelve todo, no necesita sujeto,
es El mundo feliz de Aldous Huxley.
La muerte del sujeto.
Toda afirmación o defensa del sujeto como individuo es defensa
de un cientismo desmesurado que es un desarrollo de sus representaciones y es
un olvido del ser en su totalidad (estar en el mundo, historicidad).
Este humanismo es represivo y ascético en cuanto modela al
sujeto según la objetividad científica; al atribuir al hombre un carácter de
sujeto permanente olvida su historicidad y sus diferencias.
Detrás de la objetividad científica está el ser envolvente
como tiempo y acaecer. Detrás de la conciencia frente a la evidencia está
nuestro existir como proyecto. Todo esto ha de entenderse sin suponer ningún
tipo de reapropiación.
La crisis del humanismo se debe al fin de la metafísica
desarrollada al máximo en la técnica que sobrepasa la oposición sujeto-objeto.
Y esto porque el sujeto al que se pretende defender de la deshumanización
técnica es la raíz de ella; es función del mundo objetivo y tiende a
convertirse en objeto.
Por consiguiente sólo queda vivir la crisis del humanismo que
no significa abandonarse a la técnica sino convalecencia tanto de la técnica
que ha de tener el mismo carácter relativo e histórico de la metafísica y la
tradición, como de la subjetividad que ha de someterse a una cura de
adelgazamiento que le permita captar que lo importante de la realidad (el ser)
no es tanto lo que subyace en el hombre o sus representaciones como lo que
aparece y se oculta en los organismos de comunicación que constituyen la
sociedad, lo que nos une.
“Cierto la muerte pone fin a las miserias de esta vida,
- nos dice Hegel [6] citando
al poeta Dschelaleddin Rumí - y sin embargo la vida tiembla ante la
muerte. Así tiembla el corazón ante el amor como si estuviera amenazado de
muerte. Porque cuando despierta el amor muere el yo el severo déspota. Oh,
déjalo morir en la noche y respira libre en la aurora.”
Y es que en el goce estético, como en el amor y en un
conocimiento abierto recobramos momentáneamente la unidad de nuestro ser,
liberándonos de nuestra propia individualidad.
¿Puede tener todo esto alguna relación con las experiencias
de solidaridad a que nos han forzado los días de confinamiento?
Antonio Durán
[1] V. CONFORD, Antes y
después de Sócrates. Ed. Ariel, 1980. Pág. 14. Y
GUTHRIE, Los filósofos griegos.
FCE. Pgs. 22 y ss. Precisiones de interés sobre esta distinción
V. en Heidegger, Introducción a la metafísica. Ed. Nova. Pgs. 173 y ss; y en Lledó, El surco del tiempo. Ed. Crítica.
Pág. 213.
[2] Ver TRIAS, Eugenio. La edad del espíritu. Ed. Destino,
1994; J. L. Villacañas, La quiebra de la razón ilustrada. Ed. Cincel; y C.
Moya, Hölderlin y Novalis. Rev. Claves 53 (1995).
[3] Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal
vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas!
¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera que le diga: «¡Levántate y anda!
silenciosa y cubierta de polvo veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas!
¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera que le diga: «¡Levántate y anda!
[4]Al
di là del soggetto. Ed. Feltrinelli, pg. 17 y El fin de la modernidad. Ed.
Gedisa 1986, pgs. 41, 55 y 149.