lunes, 19 de diciembre de 2011

FILOSOFÍA PRÁCTICA , TEMA 1 PARA QUÉ FILOSOFÍA


TEMA 1 PARA QUÉ FILOSOFÍA
¿QUIÉN NECESITA FILOSOFÍA?
 O si se prefiere: Filosofía..., ¿para qué?

Vivimos en una sociedad altamente tecnificada, inmersos en la tercera o cuarta revolución informacional, donde el prestigio de los medios de masas es tal que miramos con lástima a todo el pasado anterior a la TV.
Vivimos en una sociedad de abundancia, bien alimentados y con toda clase de comodidades al alcance de la mano.
Vivimos en una sociedad segura, previsora, donde todo está tasado y medido y puesto a circular según las leyes del mercado; no hay misterios ni sorpresas; eso sí, para los que logran integrarse en  las cadenas del mercado.
Es el único problema serio que parece plantear esta sociedad  de la seguridad y la abundancia: cómo integrarse en esas cadenas. ¡Está  tan negro el mercado de trabajo!
La filosofía ¿qué pinta en todo esto?  ¿Cómo se cotiza?  ¿Qué salidas tiene?

¡Difíciles preguntas, forastero!
Hay un cuento persa que nos narra la historia de un aprendiz de sabio que, después de largos años siguiendo a su maestro, un buen día éste le dijo: Ya has aprendido bastante, ya puedes vivir entre la gente y transmitir lo que sabes. Entonces se fue a la ciudad y se instaló en la puerta del mercado con una mesa vacía. Cuando uno se le acercó y le preguntó qué vendía, respondió:  yo vendo sabiduría. Y, ante su asombro, el comprador se fue muerto de risa. Así otro y otro y a todo el que le decía que vendía sabiduría se partía de risa. Hasta el punto que al cabo del rato todo el mercado reía a carcajadas.
Acharado, se fue a su maestro contándole lo que le había pasado.
Antes de nada, le dijo el maestro, resuelve el problema a esta familia que ha venido a consultar.
Habían hecho una promesa: si tenían un hijo sacrificarían un carnero con catorce palmos de cuerno y, conseguido el favor del cielo, no había manera de encontrar un carnero con semejante cornamenta.
- Que los palmos sean medidos con las manos del niño, dijo el discípulo.
Y entonces la familia le pagó y se fue tan contenta.
-Ves, le dijo el maestro, el saber sólo lo aprecia el que siente su necesidad.
     
- ¿Necesidad de filosofía...?
Cuando se está  bien no es necesario pensar. Y cuando no, todavía cabe dejar que otros piensen por ti. Para eso están los medios de comunicación que nos dicen lo que necesitamos, lo que tenemos que hacer en cada momento y, por ahorrarnos molestias, hasta nos ponen la risa al final de los chistes para que sepamos cuándo reír.
También cabe el recurso a  la litrona, la coca  o cualquier otra cosa que nos exalte, nos haga  olvidarnos de nosotros mismos y tocar  fondo  o altura.
La idea no es mala, pero el medio un tanto primitivo.

Afortunadamente hemos nacido en una cultura  sabia y rica, con todo lo mejor de Oriente y Occidente, una cultura que ha explorado caminos en todas direcciones. Desde  los efectos desinhibidores del fino, la manzanilla, la música, el baile...  que rompen barreras y diferencias y acercan los corazones; hasta los más altos vuelos de la ensoñación poética, amorosa, del saber o de la mística.
Pero esta cultura no ha nacido de la nada, tiene su historia y podemos dilapidar nuestra herencia cultural si desconocemos sus orígenes, el coste que ha supuesto amontonar esa riqueza.
Ese desconocimiento  hace que la cultura se acartone, se endurezca, deje de ser algo vivo que sigue creciendo y se transforme en ritos y rutinas  que repetimos  mecánicamente sin conocer la razón que los anima. Prejuicios, supersticiones, fanatismos... no son más que formas culturales mal digeridas.

Para hacer esa digestión entre otras cosas sirve el conocer nuestra historia, y, en especial, la historia del pensamiento, de la filosofía.
Es difícil andar con la cabeza alta por la vida, no es fácil vivir con elegancia espiritual, vivir bonito.

Todo viene de atrás; cuanto más perspectiva  tengamos mejor apreciaremos el sentido de todo lo que nos rodea.
Es cosa sabida, ya desde la época de Alándalus, la deuda que tienen nuestras formas de ver y estar en el mundo con el saber antiguo oriental.
Nos alerta Goethe:  "El que no sabe llevar su contabilidad por espacio de tres mil años, se queda como un ignornate en la oscuridad, y sólo vive al día" . [1]   Y algo parecido quería decir Quevedo con aquello de 

Vivo en conversación con los difuntos
y escucho con los ojos a los muertos.


[1]La cita es de Gaarder, El mundo de Sofía. Ed. Círculo de lectores. 1995.

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