jueves, 22 de diciembre de 2011

FILOFICCIÓN




1. POLVO ERES

Aquel remolino de polvo galáctico se aburría eternamente dando vueltas y más vueltas por eones sin fin. Andaba por la mitad de su ciclo rutinario cuando observó que otro remolino de giros contrarios pasaba a su lado haciéndole guiños extraños.
- Qué tal andas de polvos - se insinuó.
- Yo tengo de todo - respondióle en el lenguaje gestual de los remolinos - desde los quarks charmed hasta las partículas de más alta frecuencia que te puedas imaginar.
- ¡Eres muy potente!
- Sí, tengo miles de revoluciones por segundo y en mi órbita hay materia que gira a velocidad similar a la luz.
- Pues yo últimamente ando mal de salud. Un enfriamiento me ha hecho perder un montón de cuantos y me salgo de órbita cada dos por tres.
- Eso os suele pasar a los levógiros, que andáis continuamente con vuestras ondorragias periódicas. En cambio, nosotros los destrógiros... mira, mira cómo vibro, qué longitud de ondas.
- Tampoco es para tanto, las he visto mayores.
- No vayas a creerte que te quiero impresionar.
- Yo no creo nada, soy pura materia y todo me da igual...

             Y hablando, hablando, aquellos incautos remolinos, un tanto inexpertos, cuando se vinieron a dar cuenta habían rebasado sus campos de fuerza sucediendo lo que tenía que suceder.
Al juntarse demasiado, campos de fuerza de signo contrario, como todo el mundo sabe, provocan una corriente de simpatía y atracción. Los chorros de partículas de giros opuestos se ensamblan como dos engranajes imbricados armónicamente mientras giran uno a favor y otro en contra de las agujas del reloj.
Era aquella una nueva experiencia para  estos remolinos tan primitivos. Estaban acostumbrados al choque con sus congéneres, los remolinos del mismo signo. Como ruedas de cuadrigas diferentes que se aproximan en veloz carrera y al rozarse saltan chispas de repulsa, como dos peonzas girando en la misma dirección que se entrechocan y salen despedidas, así habían sido los encuentros  con sus iguales. Siempre giros en la misma dirección producen fuerzas antagónicas.
Qué diferente ahora estos flujos convergentes y armónicos. Era apasionante aquel entrelazado de giros contrarios que acababan imbricando hasta los ejes a aquellos jóvenes torbellinos. Se abrazaban compenetrados sintiendo el placer de las corrientes de desplazamiento que producía el encuentro de sus diferentes ondas electromagnéticas.
Y fue tan cálido el abrazo y tan efusiva su explosión de júbilo que por unos momentos quedaron eclipsados los mismísimos ecos de la explosión inicial.
El resultado, oh maravilla, torrentes luminosos de fotones irradiando con luz propia sobre la radiación de fondo, masas condensadas en rotación arrastrando consigo el tejido espaciotemporal, o sea, los primeros remolinitos nacidos del primer inmenso polvo estelar.
La experiencia se dio tan bien que desde entonces no han cesado de repetirla  sus descendientes poblando el universo de nutridísima prole. Imagínate esos turbiones inmensos de partículas que colisionan, funden y se sueldan en cálido abrazo y luego saltan multiplicados en un sin fin de nuevos revoltijos.
Pero, ojo, que hay remolinos de la más diversa índole y catadura, desde fecundos y positivos cúmulos simpáticos y expansivos, hasta  misteriosos, absorbentes, devoradores agujeros negros. Evitar a éstos  y hacerse amigo de los primeros tiene todo el arte.
Tal vez fuera ésta la primera de las grandes catástrofes por las que ha ido pasando nuestro desvalido universo, el primer cambio radical de paradigma en los juegos a que se irá prestando esa dócil, voluble, juguetona materia, esa madre virgen preñada de posibilidades sin cuento que por descuidos del azar concebirá una y otra vez milagrosamente en su seno.

[ Permitámonos una disgresión que probablemente no se pudo hacer en aquella primera vorágine y podemos hacer hoy ya curados de espanto.
- Que digo yo, ¿cómo pudieron en aquel mundo azaroso aparecer seres que se repiten de forma constante?
- Buena pregunta, - me dijo el sabio Murray Gell-Mann - pero has de saber  que se daban las condiciones objetivas para ello.
- Y ¿cuáles son ellas?
-  Se daba la mezcla adecuada de regularidad y azar que permitía la aparición y desarrollo de los sistemas complejos adaptativos: Ni un azar excesivo que no dejara lugar a repeticiones constantes, ni una regularidad absoluta que no permitiera los cambios.
- Perfecto. Pero ese equilibrio ¿se dio por azar? - digo yo.
Murray se quedó medio adormilado y entonces a mí me vino la idea:
- Sí, todo fue fruto del azar. Pero un azar, como si dijéramos, intermitente; un azar ya achacoso que de cuando en cuando da una cabezada y se le escapa el control de la situación dejando paso a las regularidades. Estas regularidades, una vez instaladas en el seno del azar, son como moscas cojoneras que no hay forma de quitárselas de encima y repiten, repiten lo mismo sin cesar. Y al final son tantas las moscas que le comen la moral al azar y se instalan por todos los rincones del multiverso.
Fin de la disgresión, y volvemos a la objetividad del relato. ]

Tras eternidades de interminables vagabundeos por las noches locas del espacio intergaláctico, uno de aquellos remolinos disolutos se dispuso a sentar cabeza. Fue presa de la incertidumbre por un largo lapso de tiempo, pero, finalmente, aquel alocado aventurero, enemigo de los caminos trillados, se determinó por lo más complicado. Entre todas las bifurcaciones posibles fue seleccionando, por azar, eso sí, las que ofrecían mayores posibilidades. Y accidente tras accidente y después de múltiples tropezones, del remolino vino el cúmulo, del cúmulo las comunas de galaxias, de las galaxias los sistemas solares y en uno de esos sistemas solares, ya lejos de las condiciones iniciales, casualmente, un accidente cuántico dio lugar a una condensación de materia que formó la tierra.
Y, al cabo de estos diez mil últimos millones de años, el mundo dio un nuevo traspié y algunos bloques de materia escaparon a la protección purificante del calor sideral o del frío interplanetario y como resultado de este defecto fortuito de precauciones profilácticas surgieron las primeras complicaciones, los primeros fermentos, los primeros sistemas complejos adaptativos y, en definitiva, surgió la vida en el oscuro e insignificante planeta tierra.
De aquellos polvos vinieron estos lodos.

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